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J. es un batón

05 December 2022 Escrito por  Jorge Orce García
Cubaperiodistas

Sí, pasa de mano en mano como en las carreras de relevo. Estamos para ayudarnos, le dice un muchacho, vestido y pintado como muchacha, que lo conduce a través de la calle muy transitada y se despide pidiéndole que se cuide por ahí.

Lo que pasa es que como usted tiene problemas en la vista, no le vio la pinta a ese, ahora es una señora quien asiste a J. por la acera medio rota, “Yo estoy con esto pero no me gusta ese desparpajo y no fui a votar por el Código de las Familias -contó- y lo avanzado que dicen que es ¡Qué va!. Lo deja a buen recaudo y casi sin oír las gracias sale disparada hacia una cola que comienza a formarse en la acera de enfrente.

En la esquina espera por su víctima un hueco de meses desbordado de excrecencias; J. va directico, solo unos pasos y…una mano, quizás divina, le aparta de la tragedia, le palmea la espalda y anima: ¡Dale puro, sigue recto…guapo ahí!

Porque confía en las personas, en su capacidad de servir al otro, eso es Patria, decía Hugo Chávez. A pesar del egoísmo que desamarra la escasez, es que J. ciego y con mala audición, es decir sordo-ciego, puede gestionar personalmente sus necesidades cotidianas y hasta ayudar al prójimo que no es cualquiera sino el necesitado, que puede ser cualquiera.

Hay días en que J. hace el balance de la cantidad de santiagueros que se relevan para ayudarle en trances difíciles, incluso desviándose de su ruta, como si fuera un placer, un gusto abundante, imposible de callar.

Ayer de mañana, por ejemplo, fueron más de dos: Al subir y bajar de la guagua, cruzar la avenida, localizar la entrada del policlínico, llegar al laboratorio, orientarse para el regreso, otra vez la calle, el poste, la acera resbalosa, esto, aquello; seguir, siempre seguir; cada cual con sus maneras, carácter y drama personal; casi todos desconocidos, para algunos no es la primera vez: “¿No se acuerda de mí? Yo fui quien le ayudé aquel día…” A veces con cierta pena, asoma una curiosidad: ¿Qué le pasó en la vista? o ¿Usted tiene familia? Sí…tú, responde J.

La generosidad santiaguera hacia las personas con discapacidad también brota en las colas, en los molotes no, digo en las colas; aunque hay quienes, incluidos increíblemente no pocos impedidos -término inadecuado pero muy arraigado en la población-, expresan incomprensión y hasta negativas a que se favorezca a personas con formas graves de discapacidad, para los que es muy, muy difícil orientarse en una cola o seguir su curso (ciegos, sordos, limitados severamente en la movilidad…) Y si volvemos a los tiempos de la Covid, cuando se acuñó la etiqueta de vulnerables. Mejor dejamos este asunto para luego.

La vida no es rosa, para nadie. Sin embargo, no hay ignorancia o insensibilidad -ya serán superadas por la cultura y el amor- que nublen la gratitud y admiración de J. por Vladimar que apenas emplumando la adolescencia le condujo por varias cuadras y, como retornaba enseguida, se ofreció para recogerlo y acompañarlo también al regreso. “No, no hace falta” ¿Seguro? Seguro, muchacho. “Bueno, que Dios lo bendiga señor”.
Imborrable es aquella joven, sin nombre, que le ayudó a salir del “Clínico Quirúrgico” hasta la carretera y, sin reparar en rechazos, lo montó en una moto, le pagó bien al chofer y le ordenó: “Llévalo a donde te diga… ¡Y cuídalo!”

Imborrable el inesperado compañero, también anónimo de una madrugada fangosa hacia el policlínico José Martí: al llegar le limpió los zapatos y confirmó que sí, sí había reactivos para sus análisis. No aceptó las gracias, más bien agradeció él a J. la oportunidad de ayudar a alguien tan temprano ese día.

Esta misma semana una muchacha recibió el batón de manos de un relevo que le ayudó a cruzar la Avenida de los Libertadores. “ Venga, apóyese” y le dio el brazo. “Ya está en la acera”, y le dio los buenos días; también le dio orientación y seguridad. Lo despidió preocupada: “Cuídese, padre” y le dio un beso.

Sucede en Santiago de Cuba (¿también en la Lisa, Corralillo, Santa Cruz del Sur, Mayarí Arriba, Boston, Odesa, Tel Aviv, Hanoi?) Porque sobrevive y se renueva, frente al yo congénito y remachado por la herencia y la supervivencia, frente aquello de que la gente es mala y no merece; sobrevive y se renueva, repito, el espíritu recalcitrante, también ancestral, también fertilizado en los siglos, expresado en la fórmula de la felicidad profunda de la salvación de la especie humana: el otro me necesita.

A todos los recalcitrantes, empecinados en servir sin más ni más, muchas gracias de parte de J.

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