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Treinta de junio de 1957: el llamado de la Patria

29 June 2022 Escrito por  Martha Gómez Ferrals

El 30 de junio de 1957, la heroica ciudad de Santiago de Cuba se estremeció de dolor e indignación ante el asesinato de los jóvenes Josué País García, Floro Vistel Somodevilla y Salvador Pascual Salcedo, pertenecientes al Movimiento Revolucionario 26 de Julio, ametrallados a mansalva por sicarios del batistato en momentos en que la lucha armada desde la Sierra Maestra empezaba a ganar fuerza.

Fue el terrible suceso una verdadera masacre injustificable para el pueblo, por mucho que actos como esos ya eran recurrentes en las prácticas de la tiranía. Algunos testigos no olvidaron jamás el tenso y electrizado aire reinante ese día en la urbe del sudeste cubano.

Se debía a las maniobras que desde el amanecer llevaba a cabo el ejército del dictador Fulgencio Batista, cuyos soldados aseguraban la “feliz” celebración, en el céntrico Parque Céspedes, de un mitin progubernamental electorero para mostrar la imagen de un país y gobierno cívico y seguro. Lo opuesto a la vida real.

A esas alturas su aparato represivo y maquillajes propagandísticos no podían tapar las consecuencias de los crecientes crímenes y torturas con que se intentaba socavar las ansias libertarias de los patriotas.

El año 1957 se abría paso con el afianzamiento del Ejército Rebelde y la lucha clandestina, pero también con el lamentable saldo de los asesinatos de José Antonio Echeverría, los combatientes revolucionarios de Humboldt 7 y varios jóvenes involucrados en la expedición del yate Corynthia, que venían a apoyar la insurrección en la serranía.

Esto hacía que numerosos sectores de la población comenzaran a sumarse al camino del choque frontal, como una manera de paliar el dolor y el luto que la injusticia y el crimen ocasionaban. La indignación y el coraje crecían en toda la república y por supuesto en la capital del Oriente, segunda localidad en importancia de la nación, se perfilaba con nitidez el epicentro de la Revolución en el área urbana.

Aunque laceraba el alma amanecer cada día sacudidos por la noticia de nuevas muertes, desapariciones y torturas de lo mejor del pueblo, las noticias de la insurrección armada en las montañas alentaban, pues el 28 de mayo se había producido la primera victoria contundente del Ejército Rebelde en la Sierra Maestra, en el enclave de El Uvero.

En medio de ese contexto histórico, el tristemente célebre gánster y asesino Rolando Masferrer campeaba en Oriente como jefe de un destacamento paramilitar que integraban unos mil 500 sicarios tan execrables como él.

Ellos tenían el propósito de aniquilar, bajo las órdenes del presidente Batista, el movimiento revolucionario que se había consolidado en la ciudad, el cual por cierto no le daba tregua cada vez con acciones más audaces y efectivas.

Masferrer, en funciones de garante del acto electorero del 30 de junio, dispuso comenzarlo a las cuatro de la tarde, en medio de un despliegue militar ostensible. En cada esquina se pusieron postas de soldados y de los llamados Tigres de Masferrer, pues así apodaba al séquito del odiado gánster.

Para esas fechas Frank País, jefe nacional de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio, estaba en la clandestinidad total debido a los riesgos que corría, pero seguía muy activo.

Había ordenado realizar acciones de sabotaje al engañoso mitin, al cual solo concurrieron muy pocas personas, a pesar de la aparatosa publicidad y organización que le habían dado las autoridades.

Josué, de 19 años de edad, era su hermano menor y uno de los miembros más destacados del Movimiento. Incorporado a las acciones patrióticas desde sus tiempos de estudiante de secundaria, en organizaciones martianas, y había sufrido cárcel y represión por su constante contribución a manifestaciones que recorrieron las arterias de su natal Santiago de Cuba.

Ese día se hallaba oculto, junto a su amigo Floro, en una casa cercana al parque Céspedes siguiendo por la radio el acto, pues debían escuchar el sonido de la detonación de una bomba colocada bajo la alcantarilla, a fin de que estallara próxima a la tribuna, a poco de comenzar el simulacro de civilidad gubernamental.

Debía ser el sonido del artefacto la señal para que Josué partiera al frente de uno de los dos comandos que realizarían disparos y otras pequeñas explosiones en los enclaves norte y suroeste de la ciudad. Sin embargo la bomba cercana a la tribuna no detonó por razones casuales.

Pasado un tiempo lógico, Josué, acompañado de Floro y Salvador, salió a hacer lo suyo sin esperar más por la infructuosa comunicación con sus jefes, que también se había cortado.

Al transitar por una zona señalada para sus operaciones, los masferreristas dieron con ellos.

Iniciada una feroz persecución, los detuvieron en la esquina de las calles Martí y Crombet. Dentro del mismo auto fueron acribillados Floro y Salvador, muertos en el acto.

Herido de gravedad, Josué logró salir de la máquina, pistola en mano, pero eran muchos los sicarios contra el joven, y lo capturaron todavía vivo.

José María Salas Cañizares, otro asesino connotado, dio la aparente orden de que lo llevaran al hospital. Lo montaron en el vehículo y allí le dieron un disparo en la sien. La única herida, se verificó posteriormente, que le causó la muerte.

Exactamente un mes después del crimen sin nombre, la vida quiso que el 30 de julio de 1957, cayera también abatido por la barbarie su hermano Frank, en el hoy histórico Callejón del Muro, en unión de otros valiosos compañeros.

En aquella jornada de luto que significó el cierre de junio de 1957 había paradójicamente un renacer. En medio de la muerte, la ira y el dolor, crecía algo indetenible: un pueblo entero avanzaba en pie de lucha al llamado de la Patria.

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