La Celac la soñó El Libertador cuando en la Carta de Jamaica (6 de septiembre de 1815) escribió: “Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación… Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería por consiguiente tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse…”
Bolívar sembró la semilla de las ansias de libertad cuando dijo: “Juro por el dios de mis padres, juro por mi patria, juro por mi honor que no daré tranquilidad a mi alma, ni descanso a mi brazo, hasta ver rotas las cadenas que oprimen a mi pueblo por voluntad de los poderosos”.
Admirador del prócer de la independencia y unidad latinoamericana y de sus encomiables campañas militares andinas, Martí no fue menos expresivo y explícito al exponer las razones de su existencia en la carta inconclusa a Manuel Mercado: “Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber -puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy y haré es para eso.”.
Y también el apóstol vio en la unidad de los pueblos la solución a los males que padecen las naciones latinoamericanas y caribeñas cuando en el ensayo Nuestra América legó un pensamiento que llega hasta los tiempos actuales y se expresa en hechos como la VII Cumbre de la Celac:
“Ya no podemos ser el pueblo de hojas que vive en el aire, con la copa cargada de flor restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz o la tundan y talen las tempestades; ¡Los árboles se han de poner en fila para que no pase el gigante de las siete leguas! Es hora del recuento y de la marcha unida y hemos de andar en cuadro apretado como la plata en las raíces de los Andes.”.
Por eso hoy Bolívar y Martí forman parte de los más de 600 millones de habitantes de 33 naciones que se reúnen en Argentina, para debatir sobre eliminar la pobreza, el hambre, las desigualdades; para impulsar el sueño de la moneda común que enfrente la hegemonía del dólar, de mecanismos de integración que permitan la cooperación, la transferencia tecnológica y la soberanía desde el Bravo.