Santiago de Cuba,

Cómo conocí a Fidel

14 August 2022 Escrito por  Maricelis Salmerón Fernández
Foto: Tomada de trabajadores.cu

Nací en el año 1998, salía Cuba de una de las crisis económicas más difíciles que ha enfrentado, el llamado “Periodo Especial”. Casi desde entonces conocí a Fidel, solo tuve que ganar un poco de conciencia para reconocer a aquel abuelo de sonrisa amplia, brazos fuertes y mirada profunda.

Recuerdo las épicas historias relacionadas con ese tiempo, un pueblo que seguía con idolatría al hombre que sitúo a Cuba en el mapa. “Llovía intenso y yo le repetía a tú papá, verás que no irá nadie a la plaza, pero no dejábamos de prepararnos y bajo agua salimos con sombrillas. De camino vimos que era una multitud de personas con capas nylon, cartones, cualquier cosa….Llegamos y ahí estaba él, mojado, en plana lluvia, dispuesto a dar su discurso, a hablarle al pueblo con por la verdad por delante como siempre” (1993).

He escuchado esta historia varias veces en mi corta vida, así se fue erigiendo en mi mente un hombre de talla extra, un gigante de ideas sublimes y fortaleza moral, incapaz de rendirse aún en los peores momentos.

Dos años tenía yo cuando se libraba la batalla de Elian, seguro recuerdo lo que me ha contado mi familia, pero lo tengo en mente con tanta claridad que creo haberlo vivido. Un país desplegó su amor y fuerza por el rescate de un niño que felizmente regresó a Cuba.

¡Volverán!, se convirtió en la certeza de millones y 14 años más tarde volvieron. ¡Están aquí!. Celebramos aquel glorioso día y todos dieron por cumplida una vez más la promesa de Fidel, que jamás descansó en el empeño de traerlos a casa.

Llegó mi edad escolar y en los libros descubría su figura por etapas, supe de la Generación del Centenario, la lucha en la Sierra Maestra, el Granma, el 26 de julio; leí, le pregunté a mi abuelo, me dijo, que era un hombre valiente, que se entregó por completo, a cuenta de muchos riesgos, por la construcción de un sistema social “con los humildes y para los humildes”.

Estas historias parecían cuanto menos sobrenaturales. ¿Un hombre hizo todo eso y vivió para contarlo? No solo vivió, sino que hizo cosas aún más grandes, logró hacer de Cuba el primer país libre de analfabetismo en América Latina, construyó un sistema de salud cuyos índices son comparados con potencias extranjeras, defendió la cultura, el deporte, impulsó la biotecnología, llevó la electricidad a las zonas más lejanas, desarrolló un programa social con asistencias a los más vulnerables, inauguró escuelas, hospitales, fábricas, termoeléctricas y quedo tiempo para escuchar a la gente, abrazar a los niños y estrechar las manos de los mayores.

Así llegó a cada casa cubana, vi a mi mamá aprender a usar la olla arrocera con sus clases en cada Mesa Redonda, cuando se desarrollaba la “Revolución Energética”. Lo vi siguiendo cada ciclón, preguntándole los pronósticos a Rubiera en Televisión Nacional; contabilizando daños, reconociendo errores, explicando nuevos planes, proyectos, sueños…

Recuerdo vagamente la nota en el noticiero que anunciaba su estado delicado de salud, tengo en mente las caras tristes en casa, la preocupación, el seguimiento, hasta que se supo que estaba estable y a pesar de no volver a sus funciones habituales, estaba ahí, activo, con sus profundas reflexiones, discursos, entrevistas, libros que atesoro hasta la fecha.

Cada aparición en público era motivo de alegría. ¡Salió Fidel, corre ven a verlo! Contemplar sus manos largas, su barba espesa y la misma mirada profunda de siempre, era un soplo de fe y optimismo.

Solemnidad y dolor, una noticia se transmitía y lágrimas brotaron de los ojos de miles de cubanos, que siguen entendiéndolo hasta hoy como un inmortal. Murió Fidel, no pude nunca hacerle la entrevista que planeé antes de comenzar a estudiar periodismo, sufrió Cuba, no es posible despedir a quien supimos eterno.

Las calles se nublaron, todavía puedo cerrar los ojos y sentir un grito unido, ¡Yo soy Fidel!, escucho las estrofas del himno entonadas con vigor, siento el ir y venir de personas que no querían decir adiós.

Fueron varias noches de vigilias, una guardia de honor ininterrumpida, mensajes de todas partes del mundo, muestras de amor; hasta llegar a una Plaza de la Revolución repleta, consternada y más unida que nuca, que continuaba diciendo, ¡Comandante en jefe, ordene!.

Así conocí a Fidel, en la materialización de sus proyectos y la vigencia de sus ideas. Lo supe parte de mi identidad, elemento de mi cubanía. Lo vi niño, joven, anciano, lo veo y reconozco eternamente cubano.

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