Se trata de una paz necesaria, urgente, que al menos ponga fin a la masacre y brinde garantías para que, tanto unos como otros, puedan vivir en total armonía.
También es una paz que llega cuando las heridas abiertas por el genocidio israelí son irreparables. Por ello, los sionistas, actores directos en el crimen, y los patrocinadores de los sucesivos gobiernos estadounidenses, deben ser juzgados por un Tribunal Internacional, tengan el cargo que tengan. Recordemos al tribunal de Núremberg que juzgó a los nazis que participaron en el Holocausto, durante la Segunda Guerra Mundial.
No podemos olvidar que no es esta la primera ni la segunda o tercera vez que se habla de un plan de paz para Palestina. Mucho menos podemos obviar que ha sido Israel, con el coauspicio de los gobiernos estadounidenses de turno, quienes han querido imponer una paz mutilada. Está muy presente en la memoria histórica del conflicto, cómo la metralla israelí se ha impuesto al reclamo internacional para un cese el fuego, un diálogo directo y el establecimiento de dos Estados mutuamente reconocidos.
No hay duda de que el Plan de Paz que ahora se atribuye Trump, y el posible respeto a su cumplimiento por parte del premier israelí, Benjamín Netanyahu, también tiene que ver con el temor de ambos Gobiernos a quedarse totalmente solos ante el reconocimiento internacional de Palestina como Estado libre e independiente.
No es Trump muy apegado a flaquear en su filosofía fundamentalista, ni es Netanyahu alguien a quien le importe mucho lo que digan sobre él. Ambos son parte del genocidio que se comete contra la población palestina.
Es un horrendo crimen en el que, en los dos últimos años, las bombas y cohetes israelíes han matado a más de 68 000 civiles palestinos, la mayoría de ellos niños y mujeres.
Es parte del genocidio, además, que Israel no permita la entrada de alimentos destinados a la población palestina, y que cientos de niños mueran de hambre.
Resulta determinante en esta masacre, que los gobiernos de Estados Unidos –de Biden y de Trump– hayan facilitado a Israel armas por un valor superior a los 21 700 millones de dólares, para su empleo en contra de la población palestina.
Y es un crimen universal que Washington vete en el Consejo de Seguridad de la onu cuanto proyecto de resolución se lleve a debate en busca de un cese el fuego.
Qué decir de la más reciente acción criminal israelí, al no permitir la llegada a Gaza de una flotilla de barcos con medicinas que fue secuestrada, sus integrantes detenidos y hasta torturados.
De cumplirse por todas las partes el proyecto de paz, debe hacerse no como una burda acción de propaganda ni la aspiración a recibir un Nobel por ese logro, sino como un compromiso para que sea permanente, que los palestinos gocen de un Estado propio e independiente, y que Gaza sea reconstruida, principalmente por quienes la han reducido a escombros y los que le dieron armas y dinero a Israel para realizar tan horrendo crimen.
Ya los rehenes israelíes vuelven con sus familias, y los presos palestinos están siendo liberados.
En el Parlamento de Tel Aviv, donde este lunes Donald Trump pronunció un discurso «recordando a todos» que ha sido él quien lograra el cese el fuego, dos diputados tuvieron que ser sacados por la Seguridad del recinto, tras gritar «genocidio», como respuesta a Trump.
Habrá que seguir de cerca este proceso, que ojalá termine con la paz verdadera en toda Palestina, y el reconocimiento de dos Estados donde puedan convivir unos y otros.