La entidad, con carácter nacional, es la encargada de ejecutar el mantenimiento, la reparación, reconstrucción y modernización de los equipos principales (calderas, turbinas, motores, transformadores) de las centrales eléctricas del país, así como de asegurar las piezas de repuesto necesarias.
Con trabajadores de probada experiencia, jóvenes capaces y un movimiento de innovadores sólido “apuesta por enfrentar los desafíos en medio de la tensa situación electroenergética nacional”, causada, en parte, por el largo tiempo de explotación de las termoeléctricas.
La mujer, a la vanguardia
La complejidad del trabajo, las largas jornadas, la grasa y los hierros, no son obstáculos para las mujeres que laboran, a la par de sus compañeros, en la EMCE.
Para Aliuska Ferreira, con 28 años como pañolera, “trabajar con hierros no es una dificultad”. Al contrario, asegura que luego de tanto tiempo lo ve como una rutina necesaria en su vida.
“Las pañoleras somos las encargadas de mantener el control de las herramientas y útiles que emplean los obreros, así le hacemos llegar todo lo que necesitan y ahorran tiempo”, comenta y agrega, “los turnos son de doce horas y cuando hay avería pueden extenderse, pero nosotras damos la pelea, porque el país lo necesita y somos conscientes de la importancia de nuestra labor”.
Iska Lisbeth Borges, madre de dos niños y líder de un equipo de hombres, comparte que su labor como ingeniera eléctrica “es un tanto difícil”, entre otras cosas, porque muy personalmente se propone cada día “demostrar que no hay brechas entre varones y hembras para ninguna responsabilidad”. También está la casa, “que requiere tiempo y dedicación, aún más cuando se tienen niños pequeños”.
No obstante, la ingeniera cuenta con el apoyo de su esposo que, por ser director de la termoeléctrica, conoce lo esforzado de su labor. “Somos un equipo, tanto en el trabajo como en el hogar. Cuando han ocurrido averías y debo estar hasta tarde aquí, él cuida a los niños, y cuando llego a la casa, en ocasiones de madrugada, entonces él viene para la termoeléctrica a cumplir con sus responsabilidades”, asegura.
El relevo, asegurado
La EMCE más que una empresa, es una escuela. Así lo reconoce Gerardo Hernández Hernández que, con 27 años y cuatro de experiencia, sabe bien la importancia de lo que hace. Graduado de Ingeniería Mecánica por la Universidad de Oriente, es uno de los trabajadores más jóvenes de la entidad.
“Todo el que pasa por aquí está capacitado para trabajar en cualquier otro lado. No solo por el conocimiento técnico, sino por todo el conocimiento organizativo que se va creando”, comenta.
Eso, sumado a la necesidad de estar actualizados en las nuevas formas de hacer para, con creatividad, aplicarlas a la realidad de nuestro país; y la capacidad de obreros con basta experiencia, garantizan que los más bisoños, aprendan lo necesario.
“Muchas de las cosas que hacemos es a más de 35 metros de altura, en condiciones sumamente complejas. Y aunque se cumplan las medidas de seguridad, siempre hay riesgos, pero ninguno nos detiene, seguimos dando la pelea, y la daremos mientras sea necesario”.
La innovación a la orden del día
Las dificultades económicas y el bloqueo, hacen imposible la compra de muchas de las piezas y partes necesarias. Ante esa realidad la innovación y el ingenio propio del cubano permiten la búsqueda de soluciones a problemas que para otros parecerían irremediables.
En este sentido, el colectivo de la EMCE, ganador de la condición de Vanguardia Nacional en innovación 18 veces consecutivas, cuenta con obreros creativos.
Vivian Zayas es uno de los muchos talentos que encuentra solución a cada problema. Con varios años al frente del movimiento de innovadores y racionalizadores de esta UEB, exhibe méritos personales y del colectivo suficientes para confirmarlo.
“Hay muchas piezas que hace un tiempo no se producían en el país, y hoy las hacemos en el mismo taller. Un ejemplo son las compuertas de los ventiladores de tiro inducido (encargados de expulsar el humo de las calderas) que eran de producción soviética, luego el país se las compraba a Francia. Así se ahorra todo: combustible, dinero, y lo más importante, el tiempo”, reflexiona.
A medio siglo de su fundación, la EMCE enfrenta desafíos sin precedentes, pero su gente mantiene viva la mística inicial. “Nosotros también velamos por el bienestar del pueblo”, sentencia Alfredo Gelys. “Y aunque los retos crecen, nuestra determinación también”.
“Detrás de cada bombillo encendido, está el trabajo de muchos hombres y mujeres. Y cuando se apaga una lámpara, ese trabajo se duplica por volverla a encender”, concluye Gerardo, con la certeza de quien sabe que su desvelo, sudor y grasa, junto al de muchos otros, alimentan la luz de Cuba.
La EMCE también ha diversificado sus funciones, abarcando desde el montaje industrial hasta la fabricación de piezas de repuesto, la aplicación de recubrimientos anticorrosivos y el aislamiento térmico, incluso la generación y el suministro de energía eléctrica al sistema nacional. Además, brinda servicios de consultoría, diagnóstico industrial y calibración de equipos, consolidándose como un actor clave en el entramado industrial cubano.
La historia de esta empresa es la historia de la capacidad de un pueblo para sobreponerse a las adversidades; del ingenio y la perseverancia que, frente a los desafíos, transforman la necesidad en oportunidad.