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Marchamos por Fidel

04 December 2025 Escrito por  David Alejandro Medina Cabrales
Corresponsalía de Prensa Santiago

Si alguien me preguntara algún día por qué creo, contra viento y marea, en este proyecto social -con sus límites reconocidos y sus batallas internas-, no habría titubeos en mi respuesta. La razón tiene nombre, estatura moral y una lección imperecedera: Fidel. Él fue quien nos enseñó a amar, con un amor lúcido y desafiante, este pedazo de isla que, aunque pequeño en el mapa, se agiganta en la historia por la dimensión colosal de sus hazañas.

El Comandante. El Caguairán. El hombre del chaleco moral que desafió y sobrevivió a más de seiscientos planes de muerte urdidos desde el norte. Simplemente, Fidel. Su presencia nos convoca cada día, pero el 4 de diciembre late con una fuerza especial. Hoy se cumplen nueve años desde que Santiago de Cuba, la ciudad heroica, acunó por última vez sus cenizas en el sagrado silencio de Santa Ifigenia. Desde entonces, una promesa se renueva con los pies en el asfalto: la marcha fiel desde la Plaza de la Revolución Mayor General Antonio Maceo Grajales hasta la necrópolis patrimonial, un río humano de memoria y compromiso.

Y hoy, una vez más, marchamos.

Marchamos en esta tierra oriental que ha sido probada, una y otra vez, por el rigor de los elementos: la sequía implacable, las lluvias torrenciales, la furia desgarradora del huracán Melissa, cuyos estragos aún palpitan en el paisaje y en el alma. Marchamos a pesar de un bloqueo injusto que, por más de seis décadas, ha intentado estrangular nuestro aliento, sumado a nuestros propios desafíos internos, aquellos que enfrentamos y corregimos, día a día, con el esfuerzo colectivo.

Pero hoy, pese a todo, marchamos.

Lo hicimos por él, por el hombre que desde la Sierra nos legó la terquedad de la esperanza. Por Cuba, esa idea inmensa que duele y enamora. Por la Revolución. Por el Socialismo. Por el mañana mejor que, obstinadamente, creemos posible.

Marchamos porque Cuba, esta isla indómita, no conoce la rendición. Porque aquel primero de enero de 1959 no fue un final, sino un génesis que sigue latiendo en el corazón de un pueblo que se niega, con majestuosa terquedad, a olvidar.

Fidel ya no está en el monolito que resguarda sus restos. Se ha transmutado. Ahora está en el sudor de la frente, en la mirada firme del joven, en la memoria viva del anciano, en este río de gente que caminaó no hacia un cementerio, sino hacia el futuro. Él es, hoy y siempre, la bandera que no se arria, la convicción que no se apaga, la razón profunda de una fe que, contra toda adversidad, sigue en marcha.

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