Hoy, a 155 años de su fusilamiento, su ejemplo sigue latente como el hombre que, montado en un asno, desafió el oprobio colonial con la dignidad de quien sabía que su canto, La Bayamesa -marcha guerrillera que devino en nuestro Himno Nacional-, ya había echado raíces en alma de la nación cubana.
Perucho no fue solo patriota, sino también abogado, poeta y músico. En 1868, mientras las tropas independentistas entraban a Bayamo, él, sobre su caballo, escribió en el aire la letra de nuestro Himno Nacional: “Al combate corred, bayameses...”.
Su hija, Candelaria, “Canducha”, ondeaba la bandera insurgente a sus 17 años, mientras él, con lentes de miope y sonrisa serena, dirigía la toma de la ciudad como un general de ideas y metralla.
En lo más intrincado de la Sierra Maestra, donde se refugió tras el incendio de Bayamo, el tifus y las úlceras en los pies lo postraron. Fue delatado por un exsubalterno, Luis Tamayo, y capturado el 12 de agosto en Santa Rosa -en la provincia de Las Tunas.
Los españoles, sabiendo que no podía caminar, lo llevaron a la Real Cárcel de Santiago de Cuba -después conocida como VIVAC-, sobre un burro, burlándose de su estado. “No seré el primer redentor que cabalgue sobre un asno”, replicó Perucho, en alusión al Cristo al cual se encomendó en la prisión.
Ante el tribunal militar, el 16 de agosto, se defendió con la elocuencia de quien no teme a la muerte: “España ha perdido a Cuba. Mi puesto lo ocupará otro más capaz”. Le ofrecieron indulto si renunciaba a la lucha. Rechazó la propuesta con la misma firmeza con que había compuesto las letras de La Bayamesa: “Prefiero el cadalso a la deshonra”.
Al amanecer del 17, lo condujeron al paredón. Débil, pero con una fuerza en espíritu increíble, repitió su verso inmortal antes de caer. Su cuerpo fue sepultado en el Cementerio Patrimonial Santa Ifigenia, pero su canto, como él predijo, siguió vibrando en los mambises.
En una carta a su esposa Isabel, escrita en prisión, Perucho confesó: “en el cielo nos veremos y mientras tanto, no olvides en tus oraciones a tu esposo que te ama”. No imaginaba que su cielo sería Cuba libre, soberana e independiente.
Su historia, triste y emotiva como una elegía, demuestra que algunos hombres mueren dos veces: cuando les arrancan la vida y cuando se olvidan sus versos. A él, afortunadamente, no le ha llegado ni le llegará jamás la segunda muerte, porque hay todo un pueblo que días tras día, entona con firmeza y decisión el Himno Nacional.