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Revolución: convertir la adversidad en valor

06 September 2025 Escrito por  David Alejandro Medina Cabrales (Estudiante de Periodismo)
Samuel, Gretel, Luisa y Adis

A simple vista, podría parecer una paradoja. ¿Cómo puede una generación que solo conoce a su líder a través de libros de historia, noticias, videos, fotografías, y las anécdotas de sus padres y abuelos, sentir una confianza tan profunda?
No es la confianza que nace de un apretón de manos o de haber escuchado una voz en vivo, sino una mucho más fuerte, la que se construye sobre los cimientos de pequeños hechos que son también esencia de la Revolución, que no es algo que se guarde en un museo o en los libros.

Por el contrario, se siente y se vive todos los días.

Es la seguridad de que un niño con discapacidad tendrá las mismas oportunidades para estudiar y jugar. Es el apoyo que recibe una estudiante que es madre y no tiene que abandonar la universidad porque el país la ayuda a cuidar a su hijo. Es la confianza de un joven que sabe que puede soñar con ser médico, artista o deportista, y que tendrá una educación gratuita y de calidad para lograrlo.

Esa esencia se materializa en un proyecto social que cuida a su gente, que no deja a nadie atrás y que le permite a cada persona perseguir su felicidad con la certeza de que no está solo. Eso es lo que las nuevas generaciones reconocen y valoran. No un nombre o una foto, sino los frutos que cosechan en su vida diaria.

Estos construyen la conexión verdadera que trasciende en el tiempo. Las nuevas generaciones confían en el proyecto humano que Fidel ayudó a iniciar y que ellos mismos sostienen y perfeccionan hoy. Lo ven como un faro que ilumina el camino hecho “con los humildes, por los humildes y para los humildes”.

Ese camino es recorrido por la misma juventud que, con audífonos escuchando reguetón o rock, con la mochila llena de apuntes y sueños a veces contradictorios, es también la que se pone la bata blanca en el hospital, la que investiga en un laboratorio, la que enseña en un aula, la que innova en el campo... En definitiva, la esencia de la Revolución es, un pacto de lealtad.

Hacia el que nace en desventaja, hacia el que sueña en grande, hacia el que lucha por superarse es la promesa de que nadie, por pequeño o vulnerable que sea, será dejado atrás. Y son precisamente los jóvenes, los que no lo conocieron personalmente, los principales guardianes de esa promesa. Porque son ellos quienes la viven, la respiran y le dan nuevo significado con cada logro.

Los sueños pueden hacerse realidad

Llevar la bandera de Cuba en el pecho es una sensación que, para Samuel Matos Espinosa, de 16 años, nunca deja de estremecer. Desde aquella primera vez en la categoría Sub-15, donde asumió el inmenso reto de ser el cuarto bate, cada juego ha sido una lección de vida. Recuerda con una emoción palpable aquel partido contra Venezuela que todos daban por perdido; fue en ese momento de presión donde forjó un recuerdo imborrable, el de conectar el hit que empató el juego, una anécdota que guarda no solo como un triunfo personal, sino como el fruto de la perseverancia.

“Yo nací en Los Negros, un pequeño poblado del municipio de Contramaestre, y lo digo con total satisfacción”, comentó. Ser además santiaguero entraña un compromiso especial pues, como él mismo dice, Santiago es cuna de grandes peloteros, y no podemos dejar de serlo.

Para los muchos niños que hoy persiguen un sueño, con una pelota y un bate, Samuel tiene un mensaje claro y sencillo: “Sigan adelante. El camino les enseñará que los tropiezos son inevitables, pero que la confianza en un propósito mayor y el apoyo de la familia y los profesores serán la brújula que los guiará por el sendero correcto”. Este talentoso santiaguero, quien integra el equipo Cuba Sub-18, se encuentra en el Campeonato Mundial de la categoría, que tiene lugar en Okinawa, Japón, del 5 al 14 de septiembre.

Con la mirada puesta en un futuro que se vislumbra prometedor, Samuel aspira a llevar el nombre de Cuba a lo más alto y a convertirse en un referente para las nuevas generaciones, demostrando que los valores aprendidos en el terreno -la confianza, el trabajo en equipo y el amor por la Patria- son los cimientos más sólidos para construir una vida con propósito y grandeza.

Cuando luchar es el principal objetivo

“Tener una discapacidad nos hace especiales. Cada uno tenemos nuestras características, y podemos demostrar lo que queremos ser”, dijo Gretel Daniela Quiles Revilla, una joven de 19 años que el pasado 1ro de septiembre comenzó sus estudios en la Universidad de Oriente.

Con una prótesis auditiva que potencia la parte de ese órgano que posee, ella ha desarrollado un dominio del lenguaje que le permitió elegir, de manera consciente, no recibir un implante coclear.

“Hasta ahora no he sentido la necesidad de su uso”, explicó, aunque reconoce el avance que este procedimiento, introducido en Cuba en 1987, significa para la Isla y elogia al “gran equipo” de profesionales -otorrinos, audiólogos, foniatras- que con pasión y preparación dedican sus vidas a ayudar a otros a escuchar. “Imagínese nunca escuchar, no sentir ningún tipo de sonido -reflexionó-, prácticamente es vivir en mute”.

Su camino no ha estado exento de voces que intentaron dictarle su rumbo. Al decidir estudiar la carrera de Periodismo, se enfrentó a un coro de escepticismo que le advertía sobre la imposibilidad de ejercerlo. Ante esto, su respuesta fue clara: “Por supuesto hice caso omiso. Nada impide que pueda estudiar esa carrera tan hermosa... sé que puedo con esto”.

Nunca asistió a una escuela especial para sordos, aunque reconoce su valor. Su camino comenzó en círculos infantiles especializados para niños con problemas de lenguaje, luego en la escuela especial Josué País, y más adelante pasó de una escuela Primaria a la Enseñanza Secundaria.

Culminó sus estudios preuniversitarios en el IPVCE Antonio Maceo, un logro que atribuye al esfuerzo incansable de su familia, “que hicieron lo posible para que fuera la persona que soy hoy”.

Entre sus gustos, la música pop y las canciones de RBD proveen la banda sonora de su vida, mientras que un plato de lasaña o espagueti y las películas de romance y ciencia ficción completan el cuadro de una joven cuyos sueños y afinidades laten con fuerza, demostrando que la vida, en todas sus formas, encuentra la manera de expresarse con una elocuencia que no siempre necesita ser oída para ser profundamente entendida. Gretel, no solo escucha el mundo a su manera; está decidida a contarlo.

Una batalla que se vence día tras día

En el barrio, su risa es tan contagiosa como el juego de “la rueda, rueda” que tanto le gusta. Adis Leydis León Borrero, de siete años, es el alma de cualquier fiesta familiar, una bailarina nata que, con solo 74 centímetros de estatura, se ha convertido en una gigante del amor y la capacidad de salir adelante.

“Ella es mi salvación”, confesó entre lágrimas su madre, la doctora Luisa Dayleé Borrero Vázquez, también especialista en Medicina Familiar. Adis le ha salvado la vida en tres ocasiones a su mamá, quien padece de diabetes. “Como dormimos juntas, ella es quien ha avisado a mi mamá, diciéndole que corra, que tengo un yayai”. Con la inocencia de sus años, la niña se convirtió en ángel guardián de quien la cuida.

Adis nació el 19 de febrero de 2018, “un producto cubano hecho en Venezuela”, bromea Luisa, refiriéndose a la misión internacionalista donde ella y el padre de la niña, también médico, se encontraban cuando fue concebida. Pero su camino no sería fácil. Al nacer en Cuba, pesó 4 800 gramos, una condición conocida como macrosomía fetal, común en hijos de madres diabéticas. Sin embargo, aquel era solo el primer indicio de una batalla mayor por venir.

Fue entonces cuando se le diagnosticó Panhipopituitarismo, un nombrecomplejo para una realidad difícil: su cuerpo no produce las hormonas esenciales para la vida. “Es un déficit de todas las hormonas que produce el cuerpo”, explicó su madre con la precisión de quien conoce el tema no solo por profesión, sino por amor.

La historia de Adis es también la historia de la salud pública cubana. “Fueron varios meses de videoconferencias con el Pami Nacional”, recuerda Luisa. “Fue atendida por un equipo que, a pesar de su juventud, tenía la capacidad y los más grandes deseos de salvar la vida de todos los niños que allí estaban”.
 
Ese esfuerzo multidisciplinario y gratuito es el andamio que ha permitido que Adis lleve “una vida bastante normal”. En la Escuela Primaria Juan Sigas Baró -del municipio de Palma Soriano-, donde cursa el primer grado, es una niña más.
“Todos la adoran y la cuidan mucho, desde los niños, hasta los maestros, auxiliares…”. La dirección de la escuela brinda un apoyo incondicional, integrando a la “pequeña gigante” sin estigmas.
 
Detrás de cada papelillo de medicamento, detrás de cada sonrisa de Adis, hay un batallón de amor familiar. “Mi madre dejó de trabajar para cuidarla y que yo lograra realizar mi especialidad”, expresó Luisa. Su hermana es “otra madre” para la niña. Tíos y tías, maternos y paternos, “siempre han estado en cada momento”.
 
Y ahí está su padre. “Aunque no estamos juntos, nunca se ha desprendido de su hija”, afirmó con gratitud la doctora Borrero Vázquez. Es el ejemplo de que las familias se reinventan desde el cariño y la responsabilidad. Incluso lleva el nombre de su abuela paterna, “la estrella que más brilla en el cielo”. Adis no sabe ser triste. Es “alegre, entusiasta, divertida, cariñosa, sensible, obediente”. Le encanta cocinar -“herencia de su padre porque la madre no cocina, jajaja”-, ver Shrek y Ladybug, y prepara sus ‘fogones’ imaginarios para quien la visite.
 
Se molesta con gravedad si alguien la llama “muñeca”. “Dice que es una niña grande, que ella tiene siete años. Entonces me exige que debo explicar que ella no es una muñeca”. Esa reacción revela su carácter: una personalidad entera en un cuerpo pequeño.
 
“Cuando se enferma es ella quien me dice que no me preocupe, que ella está mejor. Nunca la he escuchado decir que se siente mal”, cuenta su madre. En su fortaleza, Adis le da lecciones de resiliencia a toda su familia.
 
La vida de Adis Leydis es un viaje que continúa. Su sonrisa es su bandera y todos los días demuestra que la medicina cubana, cuando se ejerce con ciencia y conciencia, y se combina con el amor de una familia y todo un pueblo, puede enfrentar los retos más grandes.
 
Es la prueba de que en Cuba, nadie queda abandonado a su suerte. Es, al final, el cuento de una gigante que, con solo 74 centímetros, le enseña al mundo entero lo que significa luchar y vencer.
 
En el rostro de Samuel al conectar un hit, en la determinación de Gretel por contar sus propias historias y en la risa imbatible de Adis, late el pulso verdadero de una nación. Esa es la prueba irrefutable de que la obra humana más perdurable es la que se siembra en el corazón de los más jóvenes, quienes, sin haber vivido el ayer, recogen sus frutos y se convierten en los arquitectos de un mañana que sigue siendo, por encima de todo, para los humildes.
 
He aquí la respuesta a la paradoja inicial: la lealtad de las nuevas generaciones no nace de un recuerdo, sino de un presente. Nace de saber que, sin importar el lugar donde se abran los ojos a la vida o los obstáculos que se enfrenten, este país les tiende la mano y les dice: “tú puedes, tú vales, no estás solo”.
 
Ese es el pacto que no se firma en papeles, sino en el alma de un pueblo. Un pacto que convierte la adversidad en valor, los sueños en hazañas y a niños y jóvenes, como estos tres héroes cotidianos, en la razón de ser de la Revolución Cubana.
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