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¿Ha desaparecido la caballerosidad?

15 September 2025 Escrito por  David Alejandro Medina Cabrales, estudiante de Periodismo

Iba hace unos días en una guagua abarrotada, en el trayecto habitual de la Avenida Victoriano Garzón. Una mujer embarazada, con la fatiga dibujada en el rostro, se aferraba a un poste de la guagua. Junto a ella, una señora mayor intentaba mantener el equilibrio. Me levanté para ceder mi asiento. Un gesto mínimo, casi automático, que sin embargo destacó por su rareza en el panorama general del ómnibus.

Mientras ellas agradecían, miré a mi alrededor. Varios hombres jóvenes, absortos en sus celulares, parecieron no notar la escena. Su indiferencia fue más elocuente que cualquier queja.

Este episodio es un síntoma de un mal mayor. No se trata solo de ceder un asiento, hecho loable y regulado incluso por ley. Es la desaparición de las normas de cortesía que facilitaban la convivencia social.

La caballerosidad, entendida como empatía activa y respeto al otro, especialmente hacia quienes más lo necesitan, parece una reliquia de otro tiempo. Su desgaste nos empobrece y nos vuelve más individualistas, más fríos.

La crítica es necesaria, pero debe comenzar por la autocrítica. ¿Hemos priorizado la comodidad personal sobre el bienestar colectivo? ¿Nos hemos refugiado en la pantalla de un celular para evadir nuestra responsabilidad hacia el prójimo? Este no es un problema de hombres versus mujeres. Es un fracaso de la solidaridad ciudadana en general.

Las normas de cortesía son el cemento invisible de la sociedad; cuando se agrietan, todo el edificio se resquebraja.

Llamar “caballerosidad” a estos actos quizás sea anacrónico. Tal vez debamos hablar simplemente de “decencia humana”. De reconocer en el otro, especialmente en el más vulnerable, a un semejante que merece nuestro cuidado. No es un hecho de condescendencia, sino de justicia elemental. Es entender que la fortaleza de uno debe ser el amparo de quien lo necesita en ese momento. Es la aplicación práctica de la ética más básica.

Reflexionar sobre esto es urgente. Santiago de Cuba, no puede permitirse perder su calidez característica. El llamado es a la conciencia, a despertar de ese letargo indiferente.

Pequeños gestos, como ceder un asiento, abrir una puerta o ceder el paso, construyen día a día una sociedad más amable. Recuperemos el hábito de la cortesía, porque en ella se refleja la calidad de nuestra gente.

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