Tres años después, el 4 de marzo de 1978, el Ministerio de Justicia la reconocería legalmente, pero el corazón de la organización siempre latiría fuerte cada julio, recordando aquel primer gesto de unidad .
La ANCI nació para derribar muros invisibles. La asociación -no gubernamental pero profundamente arraigada en el proyecto social- se convirtió en puente y bastión. Con filiales en todos los municipios, su labor ha sido tan silenciosa como esencial: desde talleres de braille hasta gestiones para insertar a sus miembros en escuelas y fábricas, pasando por la creación de equipos deportivos que han competido en paralimpiadas internacionales.
El reconocimiento internacional de la ANCI no es casual. Fue fundadora de la Unión Latinoamericana de Ciegos y hoy es miembro activo de la Unión Mundial, llevando la experiencia cubana a foros donde se debaten políticas de inclusión.
Su modelo -basado en la rehabilitación integral- ha sido estudiado incluso por países del primer mundo. El acceso a la cultura es otra bandera: la ANCI impulsa desde coros sinfónicos hasta audiolibros de la literatura cubana, demostrando que la ceguera no es sinónimo de oscuridad.
A medio siglo de su creación, la ANCI celebra logros pero no ignora retos. La escasez de materiales especializados -como impresoras braille- y la necesidad de mayor sensibilización social siguen en su agenda. La tecnología, con sus apps de voz y dispositivos táctiles, se ha vuelto un aliado clave, aunque su costo aún limita su masificación.
Este 19 de julio, mientras se conmemoran los 50 años de aquella asamblea en la Escuela Abel Santamaría, la ANCI y su hermosa historia -tejida con nombres anónimos pero imprescindibles- es también la de un país que aprendió a mirar con las manos. Como dijo Haydée Santamaría, hermana de Abel y símbolo de lucha, “las revoluciones verdaderas son las que iluminan hasta los rincones más oscuros”. Y la ANCI, sin duda, ha sido una de esas luces.