Hay algo profundamente emotivo en la manera en que Cuba, a pesar de las carencias, las dificultades económicas y el bloqueo que asfixia, sigue reservando un día para celebrar a los más pequeños, cuando en otras partes del mundo la infancia se pierde entre guerras, explotación o pobreza extrema, aquí los niños siguen siendo prioridad, incluso cuando el país no tiene mucho más que ofrecerles que amor, educación y la certeza de que nadie los dejará atrás, pues para eso hace solo dos días la Asamblea Nacional del Poder Popular aprobó el Código de la Niñez, Adolescencia y Juventudes.
Quizás por eso este día duele y alegra al mismo tiempo. Duele porque sabemos que podrían tener más: más juguetes, más tecnología, más oportunidades, pero el bloqueo estadounidense, impide muchas cosas y los afecta a ellos también. Pero alegra porque, contra todo pronóstico, siguen teniendo lo esencial: escuelas, médicos que los cuidan, maestros que los guían y una sociedad que, aunque agobiada por problemas, nunca les ha fallado.
En las redes sociales, las imágenes de este día son un ejemplo de esa contradicción hermosa y dolorosa: niños felices, riendo en parques con juegos sencillos, corriendo en las calles, abrazando a sus padres con una naturalidad que en otros lugares sería un lujo. Y entre esos mensajes, siempre aparece la pregunta incómoda pero necesaria: ¿Por qué el mundo no puede ser así para todos los niños? ¿Por qué hay quienes crecen entre bombas, hambre o indiferencia, mientras en Cuba, a pesar de todo, la infancia sigue siendo sagrada?
Este día debería ser más que una celebración. Debería ser un espejo en el que mirarnos como sociedad y preguntarnos si estamos haciendo lo suficiente, si realmente les estamos dando a esos niños el mundo que merecen. Porque no basta con un día de fiesta si el resto del año no seguimos protegiendo sus sueños.
Al final, el Día de los Niños en Cuba -instaurado en el parque Lenin, en el año 1974 por nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro- es más que una tradición, es una promesa. La promesa de que, pase lo que pase, aquí los pequeños nunca serán invisibles. Y en un mundo donde la infancia suele ser lo primero que se sacrifica, eso no es poca cosa.
Es, quizás, uno de los mayores actos de cariño y amor que este pueblo puede ofrecer, pues como bien dijo el Apóstol “los niños son los que saben querer, porque los niños son la esperanza del mundo”.