Santiago de Cuba,

“Hacer teatro es siempre un acto de voluntad y de fe”

02 April 2024 Escrito por 

Rubén Darío Salazar Taquechel (Santiago de Cuba, 27 de abril de 1963) es toda una personalidad en el espacio teatral cubano. Afincado hace más de tres décadas en Matanzas, su alcance artístico rebasa el ámbito provincial y se expande por la nación, pues en toda Cuba es conocido y admirado por su labor actoral; de titiritero; en la dirección artística, o por ese afán tan personal, de tratar que más y más personas amen el teatro infantil.

Y para alcanzar su objetivo, Rubén Darío deviene entonces, además, incansable profesor de teatro, investigador teatral, promotor… y pone por delante su corazón y sus palabras que destilan pasión admirable por lo que hace.

Si bien el amor por el teatro y los títeres anida en él desde su época de niño en Santiago de Cuba, en verdad comienza sus primeros espectáculos en el grupo “Papalote”, donde está casi una década, hasta fundar en 1994 el ya renombrado Teatro de Las Estaciones, con el apoyo del Teatro Sauto y el Consejo Provincial de las Artes Escénicas.

La agrupación matancera, que al margen del archipiélago se ha presentado en Italia, México, Francia, España, Brasil, Estados Unidos, China, Ecuador, Venezuela, Martinica, Costa Rica, Dinamarca, República Dominicana, Yugoslavia, Colombia, Suecia,

Uruguay…, exhibe como bandera estos aspectos:

El interés marcado por el teatro de títeres en todas sus manifestaciones; el vínculo con otros grupos de teatro en general; la promoción del teatro para niños y su importancia crucial en la formación de los pequeños; el uso de todas las vías posibles para divulgar el género… Y todo de la mano de su director artístico y general, Rubén Darío, junto al diseñador y también fundador del grupo, Zenén Calero.

Lógicamente, una reunión tradicional de teatristas cubanos como es el Festival Máscara de Caoba en Santiago de Cuba y la presencia aquí de Rubén Darío es una oportunidad de hablar con esta personalidad, precisamente en su tierra natal:

“Hemos venido muchas veces a Santiago de Cuba pero faltar en el 30 aniversario de Teatro de Las Estaciones era un pecado. Porque todo comienza aquí. O sea: yo fui ese niño que iba al Guiñol Santiago a disfrutar, a soñar, a perderse en un mundo que existía pero que para mí era como inalcanzable. Entrar a la sala, conversar con Rafael Meléndez, que ya no está; intercambiar con Norka, Milagros, Orlando, Saavedra, Ana María… tanta gente fabulosa… Soto, Miriam Boizán, Mónica Piña… recuerdo mucha gente.

RUBÉN 3

“Y yo nunca pensé que a nivel profesional esto es lo que iba a hacer. Cuando uno entra en el ISA siempre hay otras tendencias: experimentales, de laboratorio, clásica… que te roban la mente. Pero ese titiritero niño que asistía al Guiñol, en la calle San Basilio, nunca murió. Aquí estuvo la base de todo; hay que regresar al ´Máscara de Caoba´, incluso si no me invitan. Y yo lo que hago es: regreso siempre que puedo. Si hay una gira pongo a Santiago; si hay una actividad de la AHS o de la Uneac, vengo. Para mí lo importante es venir y devolver a mi público, a mi ciudad, a mis colegas lo poquito que he podido hacer, soñar y realizar”.

El M.Sc. Salazar Taquechel primero fue Licenciado en Artes Escénicas del Instituto Superior de Arte (ISA o Universidad de las Artes) de La Habana, con especialidad en Actuación, y en su inicio profesional fue actor del grupo Papalote, de 1987 a 1996; también, es profesor de análisis de dramaturgia para niños y jóvenes en el ISA y quienes han hurgado en su trayectoria aseguran que es sobresaliente el interés que pone en estudiar la vida y obra de los hermanos Camejo, iniciadores del teatro de títeres en Cuba; la de Dora Alonso; la dramaturgia cubana para niños; la temática histórica, y que es un incansable trabajador, junto a Calero.

“En 30 años hemos estrenado 38 espectáculos; nuestras creaciones, nuestras pequeñas criaturas son hijas e hijos de nosotros (con Zenén Calero, también Premio Nacional de Teatro), que cuidamos y mantenemos activos. Hemos pasado por todo lo que pasa una agrupación aquí y en cualquier país, porque hacer teatro siempre es un acto de voluntad y de fe, donde uno pone la mente, el cuerpo y el corazón. A veces falla pero uno no puede nunca dejar de intentar hacerlo… nunca”.

Teatro de Las Estaciones ha crecido en experiencia y artísticamente, y mucho también, en espacio: Jardín Pelusín del Monte, Sala Pepe Camejo, Archivo titiritero Dora Alonso, Taller de construcción de muñecos Eina Hagberg y la Galería El Retablo.

Cortésmente, Rubén Darío esquiva la interrogación sobre actuaciones destacadas. No quiere tomar partido por una y olvidar otra. Pero en las redes sí hay una lista, encabezada por Okín, pájaro que no vive en jaula; seguida por ¡Viva el verano!, Canción de Otoño, El cuento de invierno, ¡Buenos Días Primavera!, Lo que le pasó a Liborio, Un gato con botas, La niña que riega la albahaca y el príncipe preguntón, El Guiñol de los Matamoros, Pelusín del Monte (El sueño de Pelusín), El gorro color de cielo, La calle de los fantasmas, El casamiento de Doña Rana, La caperucita roja, Pelusín y los pájaros, En un retablo viejo, Pedro y el lobo, Cuento de Navidad, La caja de los juguetes, La virgencita de bronce, El patico feo…

Entonces le señalamos a Rubén, cuán llamativo es el título de su conferencia, ofrecida en el marco del “Máscara de Caoba”: ¡30 años de títeres con cabeza!

“Hay un viejo dicho: ´… anda como títere sin cabeza´. Algo así como títere sin razonar, sin pensar. No: en Teatro de las Estaciones los títeres se han pasado 30 años siendo conscientes de cuál es su destino; su labor; su principal razón: establecer un puente de comunicación con el público infantil y adulto, y dejar algo por lo cual de alguna manera nos puedan recordar”.

En sus momentos de reposo o de labor intensa en el refugio que significa el Centro Cultural Pelusín del Monte, en calle Ayuntamiento No. 8313, en Matanzas, sede del Teatro de Las Estaciones, cuántas veces Rubén Darío habrá reflexionado en su niñez en Santiago; en sus vínculos con la radio y la televisión santiagueras; en el inolvidable Guiñol Santiago… temas imposible de soslayar en una conversación con él:

“Por la tradición en esta ciudad que fue en la primera donde en 1961 se fundó un Guiñol profesional, porque el Guiñol Nacional se crea en 1963, era para que aquí hubiera un poco más de desarrollo. Pero uno siempre tiene que contar con los accidentes humanos: gente que desaparece, que se va del país, que deja el teatro de títeres. Yo creo que la simbiosis: autoridades-artistas de conjunto, y ya en alguna ocasión yo fui llamado aquí para trabajar sobre eso -de hecho siempre que vengo lo hago: conferencias, encuentros, funciones para estimular lo que haya- te dice que hay que ayudar a seguir en lo que Santiago fue en algún momento.

“Ahora bien, lo importante es que el teatro (el Guiñol) está abierto; que el grupo que está, Campanadas, está dando funciones. Ya saldrá la obra referencial pero al menos el público sabe que va a ver música, muñecos, actores entregados… un espectáculo para la infancia siempre es grato. O sea: la base hay que sembrarla, regarla cada día, y hay que cuidarla también y lo que tengamos aquí, que todavía puede dar razones, información, oficio… ¡cuidarlo y utilizarlo! Por ahí anda María Antonia Fong que todavía puede dar más, es profesora del ISA Santiago; por ahí anda Rolando Barthelemy que diseña y actúa; por ahí anda Saavedra, Norka Zamora… aprovechen ese caudal, porque el teatro de títere no se aprende en dos días; es uno de los géneros que lleva tiempo; cuando tienes 30 años es cuando tú empiezas a decir: ´bueno, de esto sé un poquito´”.

Sin proponérselo, porque como es evidente él ni crea ni labora en busca de galardones, Rubén Darío, con Zenén, Premio Nacional de Teatro, y su agrupación matancera al lado, atesora un respetable expediente de reconocimientos, por mencionar algunos: el Premio Nacional de Teatro en 2020; cuatro premios Villanueva de la Crítica, varios Caricato de la Uneac, el Especial del Jurado del Encuentro Profesional de Guanabacoa; premio y Gran Premio Avellaneda, en el Festival Nacional de Teatro de Camagüey…

También, diversos galardones de puesta en escena, actuación, música, diseño; el Premio Uneac, el de la Crítica Literaria en 2012, por el libro Mito, verdad y retablo. El guiñol de los hermanos Camejo y Pepe Carril, de Ediciones UNIÓN, en coautoría con Norge Espinosa; la Distinción por la Cultura Nacional, y uno de enorme valor para él: la Distinción a la Humildad Dora Alonso.

Todo lo precedente tiene un punto de partida, una base, un pilar: el títere. Y Rubén claro que recuerda:

“Yo hacía títeres en el Círculo Infantil, en ´Sol del Caney´ y en ´Almendro en flor´. Lo hacía inocentemente y con ayuda de mi madre, Silvia Taquechel. Y cuando voy al Guiñol constato que mis juegos eran parte de mi profesión futura y que había gente que se dedicaba a eso, en verdad. Cuando veo títeres yo no solo me emociono; yo vivo y soy”.

¿Y del Máscara de Caoba..?

“No lo he visto todo, imposible. Pero lo que he podido ver, la energía que he podido constatar en el ámbito artístico y gubernamental, es que se está haciendo. El triunfo mayor es volverlo a intentar y hacerlo, aunque fallen miles de cosas. Hay otras que no fallan y sobre todo no fallan el optimismo de volver a intentarlo”.

 

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MsC Miguel Angel Gainza Chacón

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