Una semana antes el periódico Patria publicaba que el Partido: “es, de espontáneo nacimiento, la grande obra pública. Es, sin más mano personal que la que echa el hierro hirviente al molde, la revelación de cuanto tiene de sagaz y generosa el alma cubana”.
Y cual alma de la nación el PRC fue garante de la Guerra Necesaria para lograr la independencia de Cuba, procurando también la de la hermana isla de Puerto Rico. Un Partido que nació como cubano y también como internacionalista, porque Martí asumió que “Patria es Humanidad”.
Trascendente es que, en las bases del PRC, se establecía que “no se propone perpetuar en la República Cubana, con formas nuevas o con alteraciones más aparentes que esenciales, el espíritu autoritario y la composición burocrática de la colonia, sino fundar en el ejercicio franco y cordial de las capacidades legítimas del hombre, un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer, por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales, los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta para la esclavitud”.
Significativo es el hecho de que los estatutos secretos establecieron una organización sencilla, que daba origen a cuantos clubes patrióticos se estimaran siendo su labor principal la recaudación de fondos. Como Delegado fue elegido al fundador José Martí, quien nombró a Juan Gualberto Gómez como su Delegado Nacional en Cuba.
El Partido fue traicionado por Tomás Estrada Palma al disolverlo tras el fin de la guerra hispano-cubana-norteamericana. Pero, como el ave Fénix, con la Generación del Centenario que asaltó el Moncada en el 1953, reinició la lucha y triunfó en enero del 1959, resucitó en una organización martiana, fidelista, marxista y leninista: el Partido Comunista de Cuba.