Después de un tiempo extendido tras el restablecimiento de estos servicios, “Maribel”, quien prefiere ser clienta de los denominados pissicorre, escogió una tarde subirse a una camioneta. De esta manera se ahorraba en una jornada 10 pesos, 5 en cada ida y vuelta. Sin embargo, a mala hora hizo esa elección.
Lo que parecía atestado de personas, el cobrador y ayudante del chofer solo sabía llenarlo cada vez más por segundo. Hasta que todos quedaron como especie de ganado enjaulado. Para remate de la historia verídica, un recién nacido con su madre en aquella escena, y el neonato sin protección contra la COVID-19 o algo más.
Por si fuese poco, además del comprimido humano que habitaba en aquel espacio sobre cuatro ruedas, el conductor estuvo en más de tres ocasiones a punto de ocasionar un choque. No obstante, adentro, aquella masividad se movía como si alguien pudiese terminar lesionado con tanto ajetreo.
Maribel no tuvo más remedio que bajarse en su parada de destino y decir: “Así chofer, no nos entendemos”. Ahora pregunto, mientras la provincia reporta un promedio de casos de Sars-CoV-2 no despreciable, ¿por qué no se vela el cumplimiento de lo establecido?
¿Dónde están las multas por incumplimiento de las medidas higiénico-sanitarias como el uso de las mascarillas y la desinfección de las manos? ¿En qué lugar quedó lo de hasta el 50 % de la capacidad del vehículo para viajar de pie?
En estos casos la experiencia garantiza que quienes tienen la necesidad de abordar estos transportes en el día a día, no les queda de otra que apretarse con el triple y hasta más de personas que puede admitir estos medios. Como es evidente, estas situaciones también demandan solventar problemáticas de naturaleza multifactorial.
No es sano ni en tiempos de pandemia ni en contextos normales, que ir hacia la escuela, el trabajo, o cualquier otro sitio de la ciudad, implique chocar con esta realidad en dichos casos.