Santiago de Cuba,

Ellos madrugan; ¿quién los ayuda?

20 December 2022 Escrito por  Yadila Mesa Chacón (estudiante de Periodismo)
De la autora

“Vamos a llegar tarde a la conferencia”, les escuché decir varias veces durante las casi tres horas que estuvimos en la terminal. Las clases rompían a las ocho en punto y todos queríamos estar a tiempo; por eso empezamos el día a las cuatro de la mañana, haciendo honor a la sabia popular de que “al que madruga Dios le ayuda”; pero los jóvenes universitarios que estudiamos en Santiago de Cuba y residimos en otros municipios o provincias, ya no estamos muy seguros del viejo refrán.

Y es que en cuanto a problemas con la transportación de pasajeros se trata son muchos los afectados. Está el obrero que debe llegar a tiempo a su centro de trabajo, el enfermo que necesita ir a una consulta médica, o el que tramita una diligencia en la ciudad cabecera; al final todos nos vemos dañados.

Sin embargo, para los universitarios la situación es un tanto más compleja. En nuestra condición de estudiantes dependemos, en gran parte o completamente, de los padres y la familia, quienes deben costear gastos de alimentación, vestimenta y calzado y, el asunto que nos ocupa: transportación.

Tanto la ida como el regreso se tornan una pesadilla: terminales y paradas atestadas de viajeros, poca circulación de vehículos (tanto estatales como del sector privado) y, no podrían faltar, precios elevados.

Tomando como referencia el municipio de Contramaestre, a unos casi 80 kilómetros de la cabecera provincial, vemos que la terminal de ómnibus de ese territorio solo cuenta con una guagua que cubra la ruta Contramaestre-Santiago de Cuba, realizando dos viajes diariamente.

Aunque los horarios resultan favorecedores para los estudiantes (salida 5:00 a.m-regreso 9:00 a.m y salida 12:35 p.m - regreso 3:00 p.m), muchas veces no pueden abordar el ómnibus estatal (por 16 pesos) a causa de una larga fila de pasajeros que se acumulan en el transcurso del día; en medio de tantas personas no se prioriza a los docentes, a fin de cuentas, somos pasajeros como cualquier otro, al menos eso nos hacen entender.

Es entonces cuando decidimos, porque no nos queda otra opción, recurrir a los transportistas privados; sí, camiones y pisicorres que, a la vez que nos salvan nos hacen sangrar con sus 200 pesos o más de cobro, sin contar que subirse a estos entre la multitud puede ser un deporte extremo.

Ellos (los dueños) también nos tratan como un pasajero más; pensar que podrían reducirnos la tarifa hasta la mitad es de ingenuos: “no tengo culpa de que estén estudiando”, dicen al respecto. El costo de las piezas de repuesto y la poca disponibilidad de combustible figuran entre las razones que ofrecen, sin ni siquiera pedirlas, a la hora del pago.

Los escenarios se repiten cada semana y mes del curso académico; la economía familiar se agota, pero tenemos que seguir viajando. Es por esto que, sin perder de vista la situación difícil que enfrentamos, siento que se debería hacer más por llevar a los universitarios a sus aulas.

Llegamos a la universidad con un propósito, con un sueño; no sería justo que nuestras metas pierdan el brillo y se disipen en medio de una espera interminable en la terminal, como la de mis amigos que no llegaron a tiempo a su conferencia importante, porque no había en qué rodar hasta Santiago de Cuba.

No sé bajo qué condiciones, pero me atrevo a decir que los universitarios seguiremos madrugando...esperando que alguien nos ayude.

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