Soy cubana y eso dice mucho, no solo por ser parte de cientos de contiendas libradas en el decurso de la historia, sino además porque nos distingue un rol protagónico y porque al decir de José Martí, hemos “ungido la obra con la miel de nuestro cariño” y eso significa que con el más sublime ingrediente de amor se ha ido venciendo en nuestros empeños.
Baste una mirada a más de seis décadas atrás y allí estábamos, en un escenario sin abandonar el espíritu mambí, pero atrapada en la ignorancia, en la sumisión, en el status de ser una flor pálida, sufrida y sometida a los designios de una sociedad con signos patriarcales y de desigualdad y explotación.
Aunque haya quien lo dude, nos acompaña la felicidad, porque a diferencia de muchas mujeres de otros sitios del planeta, hemos crecido en conocimientos y somos ejes principales en todas las esferas del país; respiramos con la tranquilidad de que nuestros hijos tengan un futuro asegurado a partir de sus estudios y la protección de su salud; y somos soberanas para decidir.
En nombre de todas, reitero, soy feliz y nadie podrá lastimar mis sentimientos, ni mi optimismo, ni mi fe en la victoria. Es cierto que cada día nos agobian las carencias y toda la hiel de los enemigos, centrada en las consecuencias del bloqueo, pero aquí estamos con vigorosa resistencia y firme aliento de continuar venciendo los obstáculos, con creatividad y sentido de pertenencia, ese que reafirma nuestro patriotismo y lealtad.
Este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, deviene para las cubanas, un reto, que se traduce en seguir cantando a la Patria como nos enseñara nuestro “Hidalgo de la Mancha”, nuestro invencible Comandante, Fidel; ese gigante de la historia que nos liberó de ataduras, quien nos enseñó el camino del emprendimiento, abrazadas a la solidaridad, el humanismo, la honradez; a ser cultas y virtuosas, como nos calificara Martí, cual flor más perfecta, orgullo y laurel de la nación.