“No recuerdo a quién le oí decir que un famoso viajero francés había escrito que en América había muy pocas ciudades interesantes y ‘distintas’ y que una de estas pocas es Santiago de Cuba. Y, en efecto, aun para el que como yo tiene infinitos recuerdos de infancia, Santiago ofrece un aspecto singular. No se parece a ninguna otra ciudad, vista ni imaginada; tiene una tipicidad grata y simpática: suena distinta la voz de la ciudad, que está pintada con todos los colores del mundo, y al lado de una casa color añil hay una color naranja (…)
“Alguna vez un estruendo singular se eleva en los aires; la ciudad se estremece, tiembla… suenan las casas unas contra otras; el pueblo sale a la calle; los niños gritan y lloran; los hombres corren; las mujeres se arrodillan y le rezan a la Virgen de la Caridad (… ) Santiago de Cuba es una ciudad para pintores gustosos de reproducir calles de escaleras; casas sobre pilares; islitas con bungalows; ensenadas silenciosas como lagos; puestas de sol inverosímiles; tipos pintorescos; patios con grandes árboles frutecidos; viejos tejados, balcones y ventanas de grandes balaustres blancos; callejones retorcidos; aleros desprendidos casi…
“Pero este espectáculo es para el extranjero interesado solo en lo exterior; porque si el viajero es de Cuba y algo conoce de nuestra historia, aunque sea poco, Santiago de Cuba toma entonces prestigios aun mayores.
“Si ninguna ciudad en Cuba posee la rica belleza que Santiago, ninguna tampoco puede aventajarla en interés histórico”, aseveró Pablo de la Torriente.