En el coche 9, una doctora enseguida lo auxilió y prácticamente toda la tripulación se enfocó, literalmente, en salvarle la vida, al frente del equipo estaba la joven ferromoza LeysnisDublón. Le atendió como una buena hija: gestionó medicamentos, un equipo para tomarle la tensión arterial, encomendó a la policía ferroviaria y a los viajeros que custodiaran el equipaje mientras ella lo bañaba, vestía e incorporaba; según la doctora parecía una mala digestión pero al tener signos de deshidratación e hipoglucemia y solo una leve recuperación, indicó que la atención en un centro de Salud se tornaba imprescindible.
Un grupo de mujeres y hombres asistieron a Oel todo el tiempo; la tripulación contactó con la estación de Las Tunas para que una vez allí, lo trasladaran para un hospital; la ferromoza realizó múltiples llamadas a los familiares del viajero-paciente-padre (el hijo, en La Habana, y la hermana en Santiago) para mantenerlos informados y apercibidos de que era necesario quedarse en Las Tunas.
En los coches 6, 7, 8 y 9 hubo un verdadero movimiento solidario, signado por la espontaneidad, todos nos enfocamos en Oel y lo sentimos, de alguna manera, como familia; una señora llegó a decir “somos cubanos, tenemos lazos de sangre”.
Caridad, la jefa de brigada de las ferromozas –aunque atenta a sus funciones- tampoco se separó del señor Domínguez, y, llegado el momento, tuvo que consolar a Leysnis: “ponte fuerte, que hay que salvar esta vida”, dijo resueltamente.
Cuando llegamos a la estación, ya estaban la ambulancia, los médicos, paramédicos, policías y el personal de la estación, los viajeros y la tripulación del tren número 1 prestos para que Oel no tuviera falta de ninguna atención. Ya en la camilla, la joven ferromoza lloraba, le daba un beso en la cabeza y se despedía, no sin antes advertirle: “recupérese pronto, yo estaré al tanto”. Luego nos confesó que la tensión se convirtió, increíblemente, en aprecio, “era como si fuera mi abuelo o mi papá”, aseguró.
Todos sentimos una gran satisfacción, coincidimos en que los gestos altruistas, confirmaban que la familia cubana, aunque con problemas como todas, permanece: una señora lavó la ropa permeada de orine y heces fecales, otros limpiaron el baños, un grupo contabilizó las pertenencias e hizo una «entrega oficial» a la policía y se la envió a la familia sanguínea.
Desde los niños hasta los ancianos que viajaban en el tren supieron de lo acontecido en el coche 9, de la formidable y entregada ferromoza que responde al nombre de LeysnisDublón, del funcionamiento eficaz de las comunicaciones para atender situaciones de este tipo; de cómo la fraternidad se impone en medio de un bloqueo hostil que tiene, precisamente, ese límite –cual barra de contención-: la familia cubana.
Cuando haya quien entregue el corazón, todo no estará perdido. Cuba y los cubanos, cada día, damos fe de ese principio para la vida.