Santiago de Cuba,

En el alma de Santiago: Fidel

10 August 2025 Escrito por  Odalis Riquenes Cutiño
Radio Rebelde

Santiago le vio llegar a bordo de un tren,con el asombro del niño de seis años, a mediados del 33, y atesora el orgullo de ser, como él mismo relataría: “… la primera ciudad que vi en mi vida…”; el sitio donde conoció el mar, encontró nuevas vivencias y se develó rebelde y prometedor.

Así entró en la historia de esta tierra indócil y cálida, como él mismo, el infante que aún sin edad para ir a la escuela, entre libros y fotos de patriotas, se sentaba en primera fila del aulita humilde de Birán, para no perder ningún detalle de la clase y embobado seguía la explicación de la joven maestra, que, diría luego, fue su primer amor.

Estudiosos de su vida como María Luisa García y Rafaela Valerino, autoras del texto Un niño llamado Fidel Alejandro, hablan del pequeño fuerte, observador y deseoso de aprender, que cobijado por el cariño familiar, disfrutaba del contacto con la naturaleza, los baños en el río y las correrías junto a los hijos de los trabajadores, las travesuras a los animales, las excursiones, y tempranamente se levantaba contra lo que no le gustaba.

Ese era Fidel Alejandro Castro Ruz, y ese ímpetu acompañaba al niño que llegó a Santiago de Cuba con el corazón repleto de añoranza y aquí descubrió caminos, se irguió ante obstáculos, conoció del hambre y las privaciones en casa de una maestra sin escrúpulos; supo de dolores y victorias, y con los ardores y emociones de aquella infancia, aún continúa asomado a una urbe que hoy le sabe ejemplo, luz, resguardo.

Ingresó en 1935 en el Colegio La Salle, donde confirmó su pasión por el estudio, en particular la lectura en voz alta, que contribuyó a desarrollar sus dotes oratorias, y su imaginación se desbordaba entre las crónicas de guerra de las historias sagradas, las continuas excursiones a la bahía y las elevaciones cercanas, y la práctica de deportes.

En La Salle por sus notas era considerado un buen alumno, disciplinado y serio, hasta que una pelea con otro estudiante hizo que un sacerdote lo abofeteara. Ante aquella humillación, Fidel respondió. Nadie en el colegio estuvo a su favor y sus padres, avergonzados por las quejas, lo devolvieron a Birán con la intención de que no regresara más a la escuela.

Don Ángel, incluso, le encomendó al contador de la finca que le pusiera largas tareas de matemáticas como castigo. Dolido porque nadie escuchara su versión de los hechos y ante un correctivo que consideraba injusto, al concluir las vacaciones, amenazó con incendiar su casa si no lo dejaban regresar a la escuela. «Y fue verdad que amenacé…», relataría sonriente él mismo años después, al recordar aquel incidente que finalmente fue resuelto por la inteligencia natural de la madre, quien intercedió para que volviera a Santiago.

Regresó por tercera vez, en esta ocasión a casa de don Martín Mazorra, amigo de la familia, y fue matriculado como alumno del Colegio Dolores. La formación de los jesuitas intentaba forjar el carácter y espíritu emprendedor de sus estudiantes; allí Fidel se imponía duras pruebas, como escalar las elevaciones más altas y estudiaba mucho.

Lo deslumbraban las grandes batallas de la historia y sus héroes: Alejandro, Aníbal, Napoleón, Bolívar, Céspedes, Maceo, Martí… y en los recesos o durante las vacaciones, con bolitas de tierra o papel, representaba el enfrentamiento de dos ejércitos.

En septiembre de 1940 inició el bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago, donde cursó con excelentes resultados el primer y segundo años, y en las vacaciones convenció a sus padres para que lo dejaran terminar el bachillerato en el Colegio de Belén, de la capital.

En Belén, -lo admitió en entrevistas-, no se consideraba un alumno modelo; se distraía con frecuencia en clases y dedicaba mucho tiempo al deporte, pero sí estudiaba duro, pues obtener buenas calificaciones era cuestión de honor. Así consiguió notas de excelencia, premios en asignaturas como Español, Inglés, Historia; fue considerado como una revelación del baloncesto, organizó acampadas que dieron mucho de qué hablar, y se graduó como uno de los estudiantes más destacados y el mejor atleta de su curso.

La referencia al pie de su foto en el expediente escolar terminaba enfatizando: “… Cursará la carrera de Derecho y no dudamos de que llenará con paginas brillantes el libro de su vida. Fidel tiene madera y no faltará el artista”.

Y en la talla de ese ser humano singular que luego sería el líder humano y justo, el estratega brillante, el político visionario; el hombre carismático y audaz, siguió estando la huella de esta ciudad telúrica y resiliente.

Al reencuentro con esta tierra siempre a la vanguardia de las luchas libertarias de un país, vino en un julio de coraje y carnaval, al frente de un grupo imberbe, tan convencido como él, para abrir la senda que le llevaría al triunfo.

Desde aquí dibujó el sueño de la Cuba que aspiraba para el futuro e inmortalizó el gesto de él y sus compañeros en una frase devenida alegato: “La historia me Absolverá…” Aquí anunció al mundo el triunfo de la Revolución que forjó y advirtió que en lo adelante todo sería mucho más difícil; aquí vio crecer sus empeños de constructor, dialogó con el pueblo, explicó planes, orientó, criticó errores, empinó sueños y el legado de sus más de 100 visitas, pervive y acompaña más allá de la anécdota o la evocación, en los centros que inauguró, los sitios y personas con los que intercambió.

Y desde este lado cubano continúa convocando al mundo desde aquel monolito con forma de grano de maíz en Santa Ifigenia.

En el Santiago orgulloso de custodiar su grandeza, al que agradeció por ser oxígeno, flama, entrega y complicidad de su huella, más allá de allá de la rutina de llevarle flores en días señalados, crece la certeza: la continuidad de su vida está en el triunfo cotidiano de sus ideas, y ese constituye el mayor monumento a su existencia.

A punto de celebrar su cumpleaños 99, Fidel continúa anclado en el alma de Santiago, como de la nación toda; es respuesta y camino para empinarse en el actuar cotidiano y el mejor talismán al que apegarnos cuando nos falten las fuerzas y la fe en la victoria.

Evitar que la brecha natural que impone el tiempo nos aleje de él; asegurar que continúe siendo el niño inquieto y amante del conocimiento; el joven vigoroso que temprano se abrió a la vida revolucionaria, el guerrillero victorioso; el estadista sensible y preocupado por su pueblo, el mejor discípulo de Martí, deviene reto para quienes lo conocieron, responsables de preservar su savia entre los nuevos.

En tiempos de estrecheces y decepciones, la imagen del líder erguido frente a las dificultades, encabezando a su pueblo y resistiendo victorioso, es brújula moral y paradigma; bastión de firmeza y el mayor acicate de nuestra cotidiana resiliencia, en Santiago y en Cuba toda.

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