Santiago de Cuba,

Recordar a Fidel sin interrogarlo es domesticar la memoria

13 August 2025 Escrito por  Acn
Tomada del perfil en Facebook del entrevistado

Para el joven periodista e investigador santiaguero Dayron Chang hablar de Fidel Castro (1926-2016) y su impronta no es un mero ejercicio de nostalgia, sino una interrogante que atraviesa la historia y el presente.

En diálogo exclusivo con la Agencia Cubana de Noticias en el Día Internacional de la Juventud, la víspera del aniversario 99 del natalicio del artífice de la política cultural cubana, el también realizador reflexiona sobre los desafíos de narrar a Fidel en el presente, desde una mirada que combina el periodismo, la investigación histórica y la creación, en aras de comprenderlo en todas sus dimensiones.

—¿Cómo ha sido estudiar la obra de Fidel para desarrollar audiovisuales sobre la historia local y nacional? ¿Cuánto te ha aportado?

Estudiar a Fidel para la construcción de los audiovisuales ha permitido constatar que se trata, en esencia, de una figura profundamente audiovisual; no solo por su oratoria magnética, sino porque comprendió tempranamente que el poder también se disputa y se ejerce en la imagen.

Desde sus primeras intervenciones radiales, pasando por la Sierra Maestra con su silueta recortada a contraluz, hasta la entrevista en pijama en el Hotel Habana Libre o el plano junto al pueblo, Fidel edificó un relato político en el que la cámara no era un observador pasivo, sino un instrumento de acción.

Su representación visual está íntimamente ligada a las miradas de creadores como Alberto Korda, Santiago Álvarez, Roberto Chile, Estela Bravo, y otros realizadores que, al documentarlo, modelaron la memoria visual de la Revolución y configuraron una estética e imaginario político que trascendieron las fronteras nacionales.

El desafío actual es reconocer que esa narrativa —tan eficaz en su contexto—, enfrenta el riesgo de fosilizarse si no se reinterpreta a la luz de los lenguajes, plataformas y sensibilidades de las nuevas generaciones, por eso analizarlo en imágenes es acceder a una clave para comprender tanto al líder como a una parte sustantiva de la cultura nacional que proyectó lo local hacia el ámbito internacional.

La cuestión central no es si la Revolución fue narrada con solvencia en su momento —lo fue—, sino si hoy existe la capacidad de contarla evitando la repetición de los mismos encuadres, ángulos y códigos solemnes, pues un archivo vivo solo conserva su vitalidad si se reactiva; de lo contrario, corre el riesgo de convertirse en una reliquia inerte.

Recordar a Fidel sin interrogarlo equivale a domesticar la memoria, algo que en esencia nunca hizo, a la inversa, negarlo todo es amputar el relato.

El ejercicio crítico combina empatía y rigor: oír testimonios, cruzar fuentes, confrontar archivos, para solo así comprender por qué su figura sigue, consciente o inconscientemente, habitando el imaginario cubano, y su presencia condicionando nuestras preguntas sobre el presente y las posibilidades del futuro.

—¿Qué aspectos del ideario fidelista consideras más urgentes y necesarios en el ejercicio del periodismo para pensar y contar la realidad cubana actual?

Hoy, la realidad cubana sigue siendo múltiple y compleja, pero el mapa de la comunicación ha cambiado, a tal punto que la prensa ya no monopoliza la narrativa; la audiencia no solo recibe, también interviene, replica, produce y disputa significados.

Esa redistribución de voces obliga a repensar el papel del periodismo: no basta con informar, hay que mediar, contextualizar y, sobre todo, propiciar no agotar la conversación en el titular.

Si en el ideario fidelista el diálogo con el pueblo era inseparable de la conducción política, en el presente digital esa relación exige más escucha que emisión, más apertura que blindaje.

La responsabilidad de la prensa no es solo contar lo ocurrido, sino construir el espacio donde lo que ocurre pueda comprenderse, discutirse y transformarse; solo así su pensamiento seguirá teniendo sentido en un escenario de descentralización del poder de relatar.

—¿Qué responsabilidad ética y profesional implica narrar a Fidel desde el periodismo y la investigación?

La responsabilidad consiste en escribir con rigor o construir el relato, sin mitigar contradicciones: hay que aceptar al Comandante en Jefe desde todas sus dimensiones; no podemos obviar su humanidad, en aras de convertirlo en una frase o consigna; su estudio requiere verdad.

Narrar exige desarmar caricaturas, pro o contra, con el objetivo de presentar seres complejos, ricos, diversos, en tanto lo académico requiere fuentes contrastadas; y lo profesional, respetar el peso simbólico y emocional de su figura sin caer en romanticismos acríticos.

—¿Cómo dialoga su pensamiento con los desafíos comunicacionales y artísticos actuales del país?

Es curioso: nos toca vivir el centenario de Fidel; a otros jóvenes, en otro tiempo, les tocó el centenario de José Martí.

La historia tiene esa manía de mandarnos señales, de recordarnos que cada generación hereda un fuego y decide si lo mantiene vivo o lo deja apagarse.

Es urgente soltar la solemnidad de museo antiguo y darle paso a una narrativa viva, interactiva, humanista, rebelde y digital, que respire al ritmo de los cambios culturales y tecnológicos del país.

El ideario fidelista, nacido del contacto directo con las mayorías, hoy se mide frente a un ecosistema donde el arte dejó de ser monólogo para volverse un intercambio múltiple, fragmentado y global.

Los paradigmas se mueven: sin abandonar la tradición —esas estéticas, relatos y símbolos que nos fundan—, aparecen nuevas búsquedas que dialogan con ideas ajenas, que mezclan lenguajes y cruzan experiencias.

La mediación tecnológica multiplicó las maneras de crear y circular, obligando al arte, la prensa y la política a vivir con la inmediatez, interactividad y reinterpretación constante.

En este cruce de tiempos, conviven generaciones que van desde quienes crecieron con el papel y la imprenta hasta los nativos de la pantalla táctil, compartiendo el mismo espacio simbólico, aunque con claves distintas para leerlo, de ahí que la adaptación ya no es opcional: es una virtud política y creativa.

Comunicar no es solo hablar, sino escuchar, interpretar y tender puentes entre mundos diferentes, por eso la comunicación política, si quiere sostener legitimidad, tendrá que aprender del arte contemporáneo: abrirse, dialogar, provocar y dejarse provocar, pues solo así la idea de “los humildes por los humildes y para los humildes” sobrevivirá en un entorno donde la legitimidad se juega segundo a segundo y la tradición se fortalece, no encerrándose, sino dialogando con todo lo que el mundo trae.

—¿Cómo nos puede seguir salvando o inspirando hoy el referente de Fidel? ¿Es posible aún mirar hacia él sin caer en la nostalgia, sino como faro del presente para un futuro mejor?

Un líder convertido en reliquia no puede salvar a nadie; a alguien con tanto sentido del cambio como Fidel no sería justo fijarlo en una postura estática, por eso creo que su fuerza no está en repetir frases, sino en incomodarnos, en obligarnos a preguntarnos qué significa —aquí y ahora—, ser radicalmente honestos con la verdad y con los humildes.

No se trata de venerar un pasado intacto, sino de interrogarlo con crudeza, de rescatar lo que todavía late y confrontar lo que dejó de servir, incluso si duele.

Si su pensamiento no nos mueve a actuar en las grietas de la realidad presente, entonces solo lo habremos convertido en un retrato para colgar en actos oficiales.

El reto es usarlo como herramienta viva, como brújula para construir desde abajo y a contracorriente, y eso implica, inevitablemente, discutirlo, y actualizarlo, concluyó Chang.

Fidel Castro, figura central del siglo XX latinoamericano, legó enseñanzas forjadas en la defensa de la dignidad y la independencia de Cuba, permaneciendo como un llamado constante a la reflexión crítica y a la acción comprometida.

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