Cuentan quienes lo conocieron que era un cubano reyoyo, campechano y bromista, íntegro de carácter, y que su sentido de la justicia y de la solidaridad eran tan anchos como el mar que lo guarda para siempre.

La mayoría de los cubanos de hoy, incluso los que peinan canas, lo han conocido por los libros, los audiovisuales y los testimonios de quienes compartieron sus luchas, sus momentos… Mas Camilo se hizo pueblo, se hizo ejemplo, se hizo flor en manos infantiles, se hizo octubre. Camilo sigue convocando a una tradición tan nuestra como las palmas: la de ir juntos a la orilla de las playas, de los ríos y de las presas a rendirle tributo, a besar las aguas con pétalos, como si pudiéramos abrazarlo con los jasmines, las rosas, las mariposas, los marpacíficos y las azucenas.

¿Qué si no el amor puede unir a todo un país en ese ritual?

Camilo cayó en el mar y germinó para siempre en el imaginario de este pueblo, que lo ha hecho renacer de generación en generación, contando sus proezas a los más pequeños y afianzando sus virtudes en los jóvenes. Por eso es más que la imagen radiante, el rostro barbudo con una inigualable sonrisa… Camilo es el ejemplo que
elegimos seguir, y ese caprichoso modo de imaginar lo imposible: de adivinar en cuántas hazañas se habría alzado luminoso si hubiera vivido más…

El 28 de octubre de 1959, el Héroe de Yaguajay perdió la vida en un accidente de aviación durante el cumplimiento de una misión. Así moría el hijo de una humilde familia de emigrantes españoles, el que siendo adolescente participaba en las protestas populares y en 1954 comenzó a luchar contra la tiranía de Fulgencio Batista.

Camilo conoció la cara de la pobreza, de la tortura, del horror en la Cuba de los años ’50 del siglo pasado. Por eso se enroló en la expedición del Granma y se agigantó en la lucha guerrillera, y en la defensa de la Revolución luego del triunfo.

Cada 28 de octubre su patria lo recuerda. Al héroe de la sonrisa franca y el sombrero alón va hoy el homenaje del pueblo, donde sigue latiendo, cual corazón, su valor extraordinario, su inmenso amor por Cuba y el optimismo incurable de quien jamás perdió la fe en la victoria.