Santiago de Cuba,

Antes de que el sol despunte

20 December 2022 Escrito por  Yadila Mesa Chacón
De la autora

Para Mislenis Estrada Enamorado, el día comienza bien temprano; tiene que dejar el hogar en orden, y luego recorrer alrededor de un kilómetro para ir hasta la escuela rural Ángel Bello Vega, donde ha sido maestra durante 16 años. Al llegar, ya le esperan sus niños, a quienes trata como si fuesen, más que alumnos, hijos.

“Este es un trabajo que necesita mucha dedicación y amor hacia los pequeños. A ellos hay que llevarles todo junto: el aprendizaje, la parte cultural, la educativa y el amor a la Patria, todo eso se logra con el sacrificio que tienen que hacer los maestros; los educadores no descansan, no duermen, pasan la noche pensando en qué van a hacer para sacar adelante al niño y tener logros en su formación”, dijo Estrada.

Ella cree con firmeza que la enseñanza  no se lleva a cabo de forma satisfactoria sin el apoyo de la familia y la comunidad; en su quehacer educativo, siempre procura fomentar el vínculo hogar-escuela.

“El trabajo con los padres y la familia es fundamental, porque un maestro solo no puede lograr un buen aprendizaje. Siempre me ha gustado tener este vínculo. Para que el niño avance en el aula, el padre debe saber ayudarlo, hacer las tareas diariamente, y acercarse a la escuela para saber cómo marcha. En todo estoy con la familia”.

El magisterio no siempre estuvo en sus planes. Ingresó a la universidad para estudiar una carrera diferente, pero, ¿qué podemos hacer ante las sorpresas del destino? Lo que comenzó con un curso para laborar como Auxiliar Pedagógico, resultó, años más tarde, en una Licenciatura en Educación Primaria. Durante estos nuevos años de estudio, el apoyo de los maestros de mayor experiencia fue decisivo.

“En realidad, nunca pensé en ser maestra; estudié otra carrera, pero cuando quise vincularme al trabajo, decidí tomar un curso de seis meses para trabajadores, para ser Auxiliar Pedagógico, con el objetivo de ser maestro más tarde. Lo acepté porque me gustan los niños, y pensé que así sería mucho más fácil salir adelante con esa tarea, que es fuerte. Empecé mis prácticas en esta misma escuela; al mes siguiente ya estuve sola frente a un aula, y tuve que prepararme bastante. Tuve profesores maravillosos. Luego empecé la universidad, el sacrificio se dobló: eran los niños y también la universidad”.

El camino que ha recorrido como educadora, en ocasiones se ha tornado angosto. La Covid-19 y el confinamiento que trajo consigo, planteó nuevos retos en su labor. “En ese tiempo, a pesar de la enfermedad y de que teníamos que tomar medidas para protegernos, todos los maestros trabajamos bien fuerte, haciendo visitas, llevando hojas de trabajo a las casas, a veces yo llegaba a los hogares y, con distancia, le explicaba a los padres para que entonces ellos pudieran llevarle al niño las actividades y los ejercicios. Era un poco incómodo porque no es como en la escuela, que hay una pizarra.

Había que dedicarse por completo; no se podía dejar de ir a las casas, aunque fuera con distancia. Y había que saber si el niño estaba enfermo, si necesitaba algo, y tratar de estar pendiente de la lectura, los productos. Fue un trabajo duro”.

Muy cerca de finalizar la conversación con la maestra, escuchamos el coro que preparan los pequeños para homenajear a sus maestros el próximo 22 de diciembre; entonces surgió la pregunta: ¿cuál sería el mejor regalo que podrían hacerle sus niños el día del educador?

“Siempre le digo a los niños que el mejor regalo que me pueden dar es buen comportamiento y aprendizaje, que ellos estudien, y que los padres me den como regalo, dedicación por sus hijos. Ese es el mejor obsequio que podría pedirle un maestro a sus alumnos. Realmente no podemos sentirnos contentos con cosas materiales sabiendo que en el aula no hemos hecho un buen trabajo o que los niños no están bien, o no se sienten bien, porque debemos lograr que el niño se sienta bien en su aula”.

En esta pequeña escuela de las afueras de Baire, como en toda Cuba, hay cientos, miles de Mislenis; educadores que trabajan para sus alumnos y no para sí, que los aman al punto de llamarles mis niños”, y afirman que: “para ser un buen maestro, además del conocimiento, hay que sentir amor por los niños”.

Todos ellos son amigos, maestros, padres; hombres y mujeres que, para cumplir con su obra de amor, prefieren despertar bien temprano, antes de que el sol despunte.

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