El tiempo, inexorable, se deshoja, más nunca las rosas frescas, cultivadas con desvelo para que no falten en su nueva tribuna; esa desde donde continúa siendo resguardo, luz, ejemplo.
En días en que la Cuba que fue su amor más alto padece y se empeña en lidia desigual contra el mismo enemigo al que venció, su recuerdo es refugio e inspiración: «Ay, qué habría hecho Fidel…», «No podemos fallarle a Fidel…», es clamor entre los humildes por los que tanto hizo.
Más allá de la rutina de llevarle flores en días señalados —el más natural de los gestos en este Santiago orgulloso de custodiar su grandeza—, o de descubrir en algún coloquio académico sus facetas de universitario rebelde, estratega, líder de talla mayor, entre jóvenes que nunca le vieron en ningún estrado ni pudieron estrechar su mano, crece la certeza: la continuidad de su vida está en el triunfo cotidiano de sus ideas, y ese constituye el mayor monumento a su existencia.
Abrazados a Fidel, pendientes de reverenciar a diario la entrega del eterno Comandante en Jefe de los cubanos, estamos y seguiremos; prologar su obra creadora, humana y hermosa, es compromiso que reafirman cotidianamente con el rostro inundado de emoción ante la roca enhiesta de Santa Ifigenia, lo mismo el labriego, el pionero, que el científico.
El Santiago que le vio llegar con el asombro del niño de seis años, a mediados del 33 a bordo de un tren, y atesora el orgullo de ser, como el mismo relataría: «… la primera ciudad que vi en mi vida fue Santiago…»; el sitio donde conoció el mar, encontró nuevas vivencias y se develó rebelde y prometedor, no se despega de su huella.
Aquí anunció al mundo el triunfo de la Revolución que forjó y advirtió que en lo adelante todo sería mucho más difícil; aquí vio crecer sus empeños de constructor, dialogó con el pueblo, explicó planes, orientó, criticó errores, empinó sueños y el legado de sus más de 100 visitas, pervive y acompaña más allá de la anécdota o la evocación, en los centros que inauguró, los sitios y personas con los que intercambió.
Evitar que la brecha natural que impone el tiempo nos aleje de él; asegurar que continúe siendo el niño inquieto y amante del conocimiento; el joven vigoroso que temprano se abrió a la vida revolucionaria, el guerrillero victorioso; el estadista sensible y preocupado por su pueblo, el mejor discípulo de Martí, deviene reto para quienes lo conocieron, responsables de preservar su savia entre los nuevos.
En tiempos de estrecheces y decepciones, su legado es más que nunca esencia vital, brújula moral y paradigma. La imagen del líder erguido frente a las dificultades, encabezando a su pueblo y resistiendo victorioso, es bastión de firmeza y el mayor acicate de nuestra resistencia y creatividad.
A ocho años de su partida física, Fidel Castro Ruz continúa anclado en el alma de la nación cubana; es respuesta y camino para empinarse en el actuar cotidiano y el mejor talismán al que apegarnos cuando nos falten las fuerzas y la fe en la victoria.