Su vida profesional comenzó casi por casualidad en 1984, en el departamento de contabilidad. “Llevaba toda la documentación, es decir, la contabilidad del día. Con el tiempo me di cuenta de que eso era lo que yo quería, por la disciplina y la transparencia”, recordó. Pronto, ese sentimiento se transformó en una convicción profunda: “Comencé a sentir que el banco era para mí una necesidad”.
Con los ojos brillantes de nostalgia, Plochet García compartió uno de sus recuerdos más vívidos de aquellos años 80: “Cuando el Banco Popular de Ahorro comenzó a formar su capital, nosotros íbamos todos los domingos a diferentes repartos a abrir cuentas de ahorro. Imagínese que aquellas cuentas se abrían con $5. Nos íbamos en un camión del banco que tenía un carrito con un 'ahorrito' pintado y un altavoz. Imagínese lo que uno sentía cuando hacía esas cosas”.
“Llegamos a los barrios, fuimos a las casas y regresábamos con el maletín lleno de dinero de las cuentas que habíamos abierto. Esos domingos del ahorro eran maravillosos”, añadió.
Su ascenso marcó el ritmo del crecimiento del propio sistema. En 1986 asumió como jefa del departamento de ahorro en el turno nocturno, una experiencia que recuerda como fundamental. “Gané mucha experiencia porque, a partir de las 6 de la tarde, me quedaba sola con mis operativos y cajeros. Todo fue realmente bueno”. Este recorrido la llevó a ser reserva de la directora de la sucursal y, posteriormente, en 1989, a dirigir el departamento de contabilidad, que siempre le apasionó.
En 1993 asumió como directora del banco del distrito, donde se desempeñó por mucho tiempo. Luego, con la inauguración de una nueva sucursal, todo el equipo se trasladó allí.
En 2002 fue trasladada a la Sucursal 8192 de Martí y Barnada por necesidades del servicio. Allí trabajó hasta 2007, un período en el que le tocó vivir el cambio de la Resolución 80 y otros procesos importantes del país.
Participó activamente en la Ley General de la Vivienda, en los aumentos de pensiones para jubilados y en la Revolución Energética. “Todo lo he desempeñado con mucha responsabilidad y, sobre todo, con un gran sentido de pertenencia”, afirmó. Momentos críticos, como los posteriores al huracán Sandy, cuando había que otorgar créditos en 24 horas a una población desvalida, quedaron para siempre en su memoria. “Ahí estuvimos nosotros”, dijo.
En 2007, por necesidades del servicio, pasó al banco de El Caney. Tras un año, fue trasladada a la Sucursal 8282 de Enramada y Corona, donde comenzó como directora en febrero de 2008, cargo que ocupa hasta la fecha.
Para Mabel, el banco es un organismo vivo. “El cliente para mí es algo sagrado, y es lo que me enseñaron, lo que hasta hoy conservo en mi conciencia. Mis trabajadores son lo mejor que tengo; siempre lucho por ellos. Sin ellos, yo no habría sido nada, ni habríamos logrado los resultados que tenemos hoy”.
Ahora, al borde de la jubilación, confesó: “Para mí el banco es todo. Cuando pienso en jubilarme, me duele mucho porque no es fácil desprenderse de él”. Con 40 años de servicio cumplidos, reflexionó: “Es como criar un niño: cuando nace y empiezan a aparecer los problemas... hasta que lo ves crecer”. Y aunque la vida sigue su curso, su amor por la institución permanece intacto. “El sentido de pertenencia que tengo con el banco es inigualable, es como parte de ti”, concluyó.
Mabel se levanta de su escritorio, echa un último vistazo a la sucursal que hoy dirige y sonríe. Allí quedan sus años, sus batallas y sus triunfos, no en las paredes, sino en el corazón mismo de un sistema que late al compás del suyo. Un banco que no fue solo su trabajo, sino el amor que eligió vivir.