No se trataba solo de vender juguetes. En sus estantes convivían artículos didácticos con peluches suaves y sonajeros para manos diminutas, abarcando todas las edades. Pero Katia no comerciaba con simples objetos.
Ella vendía una ilusión. El sueño de una niña por la muñeca que canta, el anhelo de una persona por ese peluche que se convertiría en compañero, en confidente. Eso era Minimundo.
¿Y por qué había surgido esta idea? La respuesta era su bebé de tres años. Ser madre soltera le había enseñado el sacrificio silencioso detrás de cada regalo.
Minimundo no podía ser, entonces, una juguetería más. Ella ofrecería juguetes de calidad, bonitos, diferentes.
Esos que los niños ven en YouTube y desean con toda su fuerza. Como su propio hijo, fanático de los carros, que fue la chispa final. ¿Por qué no tener en Santiago de Cuba un lugar que trajera esa alegría específica?
Esa motivación pronto traspasó las paredes de su casa. Su condición de estudiante de medicina y su experiencia maternal chocaron en un sentimiento profundo. Sí, había que llevar esta alegría a todas partes, especialmente a las instituciones de salud.
La Sala de oncohematologia del Hospital Infantil Sur, o la Colonia, donde había rotado hacía semanas, fue el escogido para iniciar. Conocía la mirada de los niños internados, el deseo por un juguete. Muchos de aquellos pequeños no habían tenido una infancia como los demás, y quizás, solo quizás, un regalo podría darles una razón para alegrar su día, un compañero para la lucha.
Para ella, la labor social no era solo un principio bonito; Minimundo tenía la firme intención de ser un puente, de ofrecer alivio emocional y, ¿por qué no?, un poquito de felicidad donde más se necesitara. Esta no sería la última vez. La idea era continuar, llegar a otros hospitales, escuelas y comunidades vulnerables.
Era la primera vez y llegó llena de juguetes, con payasos y nervios. Al finalizar la actividad una satisfacción serena la inundaba. Esperaba que los padres y los niños se hubieran sentido tan cómodos como ella. Anhelaba hacer más, y que cada vez fuera mejor.
Tampoco se olvidaba de los padres. Esos valientes que luchaban codo a codo con sus hijos. Por eso, la actividad había sido también para ellos; un reconocimiento a su fuerza, a su tenaz lucha por mantener la sonrisa y la esperanza en una situación tan compleja. Porque siempre hay un motivo para sonreír: la vida misma.