Santiago de Cuba,

Cuando el desastre saca lo peor

22 November 2025 Escrito por  David Alejandro Medina Cabrales

Mis padres me inculcaron, desde antes de que mi memoria comenzara a guardar recuerdos, que ni un peso ajeno debía tentarme. “Ese peso -me decían- puede ser el pan de un niño, el medicamento de un anciano o la única esperanza de una familia”. Me enseñaron que la honestidad es el único principio sobre el que puede construirse una vida digna. Esas lecciones me vienen a la mente ante las acciones que empañan la recuperación tras el huracán Melissa.

Mientras brigadas de electricistas y trabajadores de la Empresa de Telecomunicaciones (Etecsa) sudan para restablecer la normalidad en la provincia, mientras el gesto solidario intenta sanar las heridas, otra sombra, más dañina que la de cualquier nube de tormenta, se cierne sobre los postes derribados y los cables en el suelo.

Personas, quizás vecinos, han visto en la desgracia colectiva no una tragedia, sino una oportunidad. Han convertido la necesidad de todos en un botín privado, robando cables del tendido eléctrico y de las redes de telecomunicaciones. Con sus manos, no construyen; destruyen. No ayudan a levantar; condenan a la oscuridad y al aislamiento.

Este no es un hurto menor. Es un acto de doble vileza. Primero, porque es un robo al Estado, a la propiedad de todos, a los recursos que son el alma de nuestros servicios esenciales. Y segundo, y más grave aún, porque es un robo directo a la dignidad y al bienestar de sus propias familias.

Cada metro de cable sustraído es una familia más que esperará días o semanas para reconectarse con la luz, con la información, con sus seres queridos lejanos. Es, en esencia, un hecho que apuñala el corazón del pueblo justo cuando más necesita latir unido.

Mientras muchos donan lo poco que les queda, otros sustraen lo que es de todos. Mientras unos construyen con solidaridad, otros destruyen con una mezquindad que avergüenza.

Frente a esto, la respuesta no puede ser solo de las autoridades; debe ser, sobre todo, ética y comunitaria. Debemos, como sociedad, condenar con la misma fuerza con que condenamos al huracán a quienes, con su proceder, se convierten en un desastre humano.

Recordemos las enseñanzas de nuestros mayores: que el valor de una persona no se mide por lo que tiene, sino por la integridad con la que actúa, especialmente en los momentos más difíciles. Reconstruir los cables será una tarea ardua, pero reconstruir la confianza y el respeto por lo público será el desafío mayor. Ojalá que ahora, en medio de todo lo que estamos viviendo, la decencia sea nuestro cable a tierra y la solidaridad, nuestra única y verdadera corriente.

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