Este lugar, hoy lo ocupan la Sala Cuatro del Museo Emilio Bacardí, el Club 300, una sucursal del BANDEC y la Galería Oriente, en la esquina de San Pedro y Aguilera.
Los santiagueros recorren esta acera, que tiene grabada la insignia del Club San Carlos, algunos con pasos ágiles, otros más pausados. Hay quien pasa la mirada y hay quien está cegado por la cotidianidad, pero la vidriera de colores atrae la atención de los curiosos hacia esta muestra del patrimonio cultural.
A la incógnita de ¿qué es? las respuestas difieren. La mayoría piensa en una oficina institucional, por su parecido al Palacio Provincial del Gobierno de Santiago de Cuba. Ambas construcciones fueron diseñadas por Carlos Segrera iniciador del progreso urbanístico y arquitectónico en la urbe; y exhiben una escalera imperial que recibe con amplitud a quien toque el mármol.
La historia se endulza con anécdotas populares, a las cuales se encuentra referencia en entrevistas y testimonios, pero no escapan a la duda. Otras no se han podido comprobar, como los “mi abuela contaba que era un lugar a los que asistía la clase alta, un primo que trabajaba de banquero allí, nos contó que durante el terremoto, las personas huyeron en busca de resguardo tras haber caído el tercer piso del Club, las mesas de juego se quedaron repletas de dinero, que posteriormente se recogió y devolvió a sus dueños”.
Algunos coincidieron en que funcionó por los años setenta como Palacio de los Matrimonios y otros refieren “que Fulgencio Batista hacía fiestas allí cuando venía a Santiago”. Un anciano de ochenta cuenta que “mi papá decía que allí jugó el importante ajedrecista Capablanca”.
Lo cierto es que este gigante que compite con el hotel Casagranda, a lo largo de los años ha cumplido diversas funciones y ha sido centro de importantes acontecimientos. En las crónicas de Emilio Bacardí se documenta desde su construcción como vivienda del gobernador Pedro de la Roca y Borges, el arrendamiento de la casa a la Sociedad San Carlos por Don Bartolomé, Marqués de las Delicias de Tempú, hasta la declaración de fondos para demoler y culminar la construcción en 1913 del inmueble de estilo ecléctico que vemos hoy. Las fiestas de sociedad con vestidos y alfombra roja, el derrumbe del tercer piso en el terremoto de 1932 y las imágenes que ilustran la figura del ajedrecista José Raúl Capablanca son evidencias de algunos recuerdos de los santiagueros.
Hoy se conserva restaurada la arquitectura, una parte como la sala de arte y al adentrarse entre las paredes, la inmensidad parece esfumarte de un bocado. Los balcones acompañan el recorrido del segundo piso, antes el salón de bailes de la clase alta citadina, desde allí puede verse la fuente que en la reorganización del espacio y la inauguración en 2015, quedó como parte de la Galería Oriente.
El ambiente ajeno a los ruidos de la ciudad, llena de quietud al visitante que se envuelve entre piezas que fueron rescatadas y donadas a los museos. Un popurrí de estilos se mezcla entre diferentes expresiones del arte.
La sala de mobiliario expone piezas típicas de la época entre las que se encuentra las vitrolas y sillas de iglesia, en las que se sentaban las niñas para oficializar la misa y un reloj estilo imperial; la de ambiente doméstico destaca por la mesa de 12 sillas con vasijas y jarrones provenientes de Europa, desde clásicos, floreados, con paisajes, fauna, retratos y bordes dorados que se vuelven recurrentes. Nadie sabe cómo una porcelana británica se conserva desde 1800 ni dónde encontraron al ave del paraíso, me pregunto ante los cuadros de los hermanos Tejadas y los hermanos Hernández Giro, de los artistas plásticos más importantes en Santiago de Cuba según la museóloga del centro, Solangel Ortiz Mayet.
Una arquitectura definida entre el detalle y la delicadeza de franceses que llegaron hasta aquí para diseñar rostros de mujeres con diferentes expresiones y ornamentación en la cubierta. Hoy llamada sala de los abanicos, por sus vidrieras con abanicos españoles y franceses del siglo IXX y cubanos del XXI, un espacio que algunos recuerdan como sala de concierto y que hoy la buena acústica acompaña los ensayos de agrupaciones sinfónicas.
Al salir al balcón por las puertas inmensas la vista te premia con el Parque Céspedes, la antigua casa de Diego Velázquez y la Catedral. En la sala de arte contemporánea se exhiben cuadros de artistas cubanos consagrados o surgidos después del triunfo de la Revolución, como Denin Montero y Wilfredo Lam.
Cada día la sala de Arte del Museo Emilio Bacardí abre sus puertas de lunes a viernes desde las nueve hasta las cinco de la tarde, los sábados de nueve a siete y los domingos hasta la una de la tarde, en espera de quienes quieran dejarse llevar por la capacidad artística de abstraerse en el viaje.
La historia se esconde más allá de lo conocido, faltan detalles que buscar con lupa y de puntillas: qué pasó con las familias que en asociación llevaron el liderazgo del club, la familia Rosswel y Williams y quienes intercambiaron aquí sus votos matrimoniales 40 años después, cuando fue el palacio de los matrimonios.
Descubrirlo o incluso verlo, otra vez, es siempre una nueva experiencia llena de sensaciones, añoran las columnas solitarias los tiempos agitados del arte. Cae la tarde las rejas se cierran, se encienden los faroles que sostiene una figura femenina de cabello largo, toda la ciudad brilla y este rincón también es Santiago.