Santiago de Cuba,

Entre Dolores y Alegrías

01 April 2023 Escrito por  Mayte García Tintoré

A Dolores Leiva Mayet, por momentos una demencia le nubla sus pensamientos, otras veces habla con una lucidez tremenda, capaz de recordar pasajes lejanos de su vida.

 Fue un privilegio conocerla, y aunque a mi pregunta respondió: “Dicen los vecinos que cumplí 100 años, pero yo no me lo creo, no me lo siento, eso dicen ellos…”, no se quitó el sombrerito de cumpleaños que le hicieran sus familiares ni un solo instante.

Esta anciana, que ahora es la bebé más querida de la casa, este 30 de marzo ha tenido el privilegio de llegar a un siglo de vida. Y a pesar de las arrugas que dejan los años en el cuerpo y en el alma, mantiene ese espíritu envidiable, que no se amilanó ni en los peores momentos vividos antes de 1959, cuando tuvo que trabajar durísimo para  sostener una familia.

Nació en el reparto Sueño, en Calle D # 170 entre 4ta y Avenida de Céspedes, pero no crea usted que en cuna de oro, fue en una casona de madera en deterioro, destruida por el tiempo, pues sus padres: Perfecta, negra nativa y ama de casa;  y Juan, veterano de la guerra de Independencia, eran pobrísimos y para colmos tuvieron nueve hijos.

Ahora, apenas se le entienden las historias que cuenta, pero su descendencia: una hija, tres nietas, cuatro bisnietos y siete tataranietos, han escuchado, a veces con dolor, los calvarios vividos por Dolores, que siendo una niña tenía que llevar los trajes de las monjas que su madre lavaba, almidonaba y planchaba hasta el convento Sagrado Corazón (hoy Escuela Pepito Tey). Recorrido que hacía descalza, porque no tenía ni un solo par de zapatos, y con el miedo de que maleantes, tan o más pobres que ella, le arrebataran el encargo o los centavos que en casa esperaban ansiosos para poder dar de comer.

Hasta el 3er grado pudo estudiar, igual que sus hermanos,  no había más dinero para continuar; sin embargo, Dolores recuerda con agrado su formación, pues dice que le fue muy útil aprender cívica, dicción, ortografía, la cartilla con los números y las letras del abecedario básico.

Sin zapatos que calzar le llegó la adolescencia, aunque no podía ocultar su belleza natural; varios enamorados le hicieron la corte, y ella correspondía escondiendo los pies debajo del sofá o de sus atuendos, para que no la vieran descalza.

Robertico, tipógrafo de una imprenta privada fue el afortunado, a él exigió ‘un techo donde guarecerse del sol y la lluvia y un colchón para dormir’, como primeros bienes patrimoniales del  matrimonio; la vida le cambió como dice ‘arreglado a pobre’, formó su corta familia, pues solo tuvo una hija a la que nombró Xiomara, porque decía que ‘no podía traer hijos al mundo a pasar trabajo”.

Aprendió a coser con una señora del barrio que lo hacía para ricos, y desde entonces su pasión era comprar telas y hacerle batas a su hija; la vestía de nuevo todos los domingos y se enorgullecía cuando recibía elogios de los vecinos que admiraban su vestir; su máxima fue que a su única hija, nunca le faltaran ni la educación ni la comida ni los zapatos.

dolores1Dolores siempre quiso trabajar en la calle, aunque prefirió asumir la crianza de sus nietas, para que su hija lo hiciera y se dedicara, además, a las tareas del proceso revolucionario que recién comenzaba. Y mire usted,  que su hija Xiomara, fue miliciana del Bon femenino, alfabetizadora,  fundadora del Partido, y por muchos años trabajadora del Partido Provincial, secretaria de su Comité del Partido,  de donde se jubiló, siendo la jefa de Recursos Humanos.

Pasó buena parte de su vida en la pobreza pero era millonaria por sus valores, porque de honesta, sincera, respetuosa, no había quien le pusiera un pie delante, y eso inculcó a su hija y nietas, que conocieron el rigor de la educación; pues ella confiesa que sus métodos de corregir e imponer disciplina no eran nada protocolares, no hablaba tanto, porque no llegaba a repetir la misma cosa dos veces.

Dice reconocer que a Maricela, Mariela y Marieta sus tres nietas, las crió con manos férrea, con estricta disciplina, siempre hablándoles y honrando sus orígenes.

Aún con dolor recuerda la privatización de las playas  santiagueras antes de la Revolución, dice que esa imagen nunca se le olvidará, cuando de manos de su hija, veía como en el Yak Club de Ciudamar o en La Socapa, los ricos se bañaban o tomaban sol para broncearse, luciendo lindos trajes de baño, espejuelos, gafas, sombreros o pamelas;  para ellas su área de baño era la múcara, en huecos formados dentro del diente de perro que se llenaban de agua salada por el golpe de las olas frente al Morro, en pleno mar abierto; y en el puente de la Mina por la carretera turística, en un embarcadero que existía.

Hoy su familia rememora tantas historias contadas a lo largo de esta centuria, y los momentos que marcaron su vida como haber visto al Che en Santiago de Cuba, subiendo la calle Santo Tomás; los hechos del Moncada, la muerte de Frank País en Callejón del Muro y de Josué, Floro y Salvador.

Dolores no era militante del Partido, pero siempre creyó en la Revolución y la amó porque fue quien cambió radicalmente su vida; atrás  la privatización, la diferencia de clases, el racismo, la miseria, el hambre. Fidel fue lo mejor que pudo pasarle a Cuba -decía-, pues pudo darle a su hija y sus nietas la oportunidad de estudiar y hacerse mujeres de bien y preparadas.

Con voz entrecortada y temblorosa Dolores viaja al pasado, recuerda pasajes de su vida y ahora se ve rodeada de una bella familia que ha llevado adelante sus consejos.

Quizás ha sido tanto el camino andado que ya perdió la cuenta de cuántos cumplía; lo que nunca ha perdido ni perderá jamás, es ese amor inmenso que le profesan todos los que ella acurrucó en sus brazos y educó con su ejemplo. Esos que hoy en agradecimiento, hacen que la alegría del hogar se llame Dolores.

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