El enfrentamiento, ocurrido en la Sierra Maestra, demostró la superioridad moral y táctica de los rebeldes, y marcó un golpe decisivo contra las fuerzas de la dictadura batistiana, que, aunque reforzadas, no pudieron resistir el ímpetu de los valientes combatientes.

La batalla se destacó por la astucia y el espíritu de los rebeldes, quienes, a pesar de las limitaciones en armamento, lograron una victoria contundente. Según los registros históricos, se ocuparon 249 armas y se capturaron más de 200 prisioneros, cifras que reflejan la magnitud del triunfo. Estos hechos no solo debilitaron materialmente al enemigo, sino que también fortalecieron la moral de las tropas rebeldes y consolidaron el apoyo popular a la causa revolucionaria.

El combate en el Jigüe es un ejemplo de cómo la unidad y la inteligencia estratégica pueden superar las adversidades. Fidel, con su genialidad militar, supo aprovechar el terreno escarpado de la Sierra Maestra para desgastar al enemigo, utilizando tácticas de guerrilla que confundieron y desarticularon a las fuerzas enemigas. Esta victoria no fue solo militar, sino también simbólica, pues reforzó la convicción de que el triunfo final era posible.

Más de seis décadas después, estas tradiciones de lucha y resistencia siguen siendo parte fundamental de la identidad revolucionaria cubana, representada en el legado de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). La Batalla del Jigüe es recordada hasta nuestros días como un momento clave en la historia de Cuba, donde la audacia y la firmeza de unos pocos cambiaron el curso de la nación.