Cientos de tejas de zinc y fibrocemento, llegadas como un donativo solidario, se alzan sobre los techos que el fenómeno hidrometeorológico derribó con furia el pasado octubre.
Donde hubo desastre, hoy se respira un ambiente tangible de voluntad colectiva.La tormenta no hizo distinciones. Noventa y tres centros educativos del territorio vieron sus cubiertas dañadas, parcial o totalmente, dejando a la intemperie salones de historia, laboratorios de química y los murales coloridos de los más pequeños.
Hoy, esa cifra no es solo un recordatorio del azote, sino una lista de batallas que se están ganando, una a una.En el Preuniversitario Cira Vaillant, y en las escuelas primarias José Martí, Conrado Benítez, Primero de Mayo, Ernesto Che Guevara y Leodegar de la Cruz, dispersas en diversos Consejos Populares, se ve el mismo ajetreo productivo.
Las tejas, como escamas protectoras, van cubriendo las estructuras. Cada una que se fija es un pedazo de normalidad recuperado.Pero el verdadero milagro no solo baja de los camiones de donativos; surge desde la base.
La tarea no recae únicamente en las brigadas constructoras especializadas. Aquí, la comunidad entera ha levantado la mano. Metodólogos que intercambian la libreta por la pala, profesores familiares y vecinos que aportan lo que pueden.
El objetivo es claro y compartido: acelerar el tiempo. Que para cuando suene de nuevo la campana, los centros luzcan no solo renovados, sino fortalecidos por el esfuerzo común.
En este quehacer conjunto, más allá de la reparación material, late algo profundo. Cada martillazo que asegura una teja es también un clavo que afirma un principio.