La bomba de plutonio “Fat Man” cayó sobre Nagasaki a las 11:02 del 9 de agosto. Murieron de inmediato unas 40 mil personas, cifra que se duplicó en los meses siguientes por los efectos de la radiación. Era el segundo acto de un experimento bélico sin precedentes, culminación del Proyecto Manhattan, que había nacido para vencer a la Alemania nazi, pero terminó ensayándose sobre Japón cuando esta ya estaba al borde del colapso.
Truman había advertido: si Japón no aceptaba los términos de la Declaración de Potsdam, sufriría una “lluvia de ruina desde el aire”. Y cumplió. Pero ochenta años después, la humanidad sigue preguntándose si esa ruina era necesaria. ¿Fue realmente la bomba lo que forzó la rendición japonesa? Documentos históricos apuntan a otro factor decisivo: la entrada de la URSS en la guerra contra Japón. El temor a una supuesta invasión soviética y a la pérdida de territorios en Asia fue, probablemente, el verdadero detonante de la capitulación nipona.
En el contexto de 1945, los bombardeos contra civiles eran ya una práctica habitual. Tokio había sido arrasada con napalm en marzo, Dresde había sido devorada por el fuego. La bomba atómica no fue una anomalía táctica, sino la culminación lógica de una estrategia cada vez más brutal. Y, sin embargo, su singularidad radica en el mensaje cifrado que portaba: Estados Unidos poseía un poder capaz de redefinir el equilibrio global. Era una advertencia a Stalin, más que una necesidad militar.
La historiografía crítica coincide en que nada justificaba el uso de “Fat Man” en Nagasaki, habiendo comprobado ya los efectos devastadores en Hiroshima. El segundo ataque fue innecesario desde el punto de vista militar, pero útil desde la lógica del poder. Fue un crimen contra la humanidad, cometido en nombre de la paz. Un crimen tan horrendo como el que comete ahora Israel contra Gaza.
Hoy, Hiroshima y Nagasaki no son solo ciudades, sino símbolos. Recordarlas es un deber ético, no para revivir el horror, sino para impedir que se repita. Porque el hongo atómico, aunque disipado en el cielo, sigue proyectando su sombra sobre la conciencia del mundo. Y mientras crece el interés por desarrollar nuevas tecnologías nucleares, la advertencia sigue vigente: no permitamos que el pasado se convierta en futuro.