Santiago de Cuba,

Lo que podemos evitar

03 September 2025 Escrito por 
Las imágenes de accidentes e incluso de fallecidos se suben sin escrúpulos, sin pensar en el dolor de las familias Juventud Rebelde

Vivimos en una “aldea global” aunque millones no tengan acceso a las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones. Con el auge de internet y especialmente de las redes sociales, los hechos más disímiles se dan a conocer con inmediatez y, en no pocas ocasiones, sin escrúpulos.

Pero casi estoy seguro que Herbert Marshall McLuhan, el sociólogo que acuñó el término, no imaginó hasta qué punto se llegaría en los ámbitos ético, estético e incluso de lo volitivo y en todo lo concerniente a la dignidad humana.

McLuhan vivió el convulso siglo XX de las guerras mundiales, el enfrentamiento de las superpotencias y el surgimiento y auge de la radio y la televisión que, de manera más factual que los medios impresos, propiciaron una difusión sin precedentes de la información y, tristemente, de la desinformación.

Me atrevería a decir que estas primeras décadas del tercer milenio han sido, en el sentido comunicacional, más estrepitosas que los diez siglos anteriores y la desnaturalización de las cosas y el sensacionalismo, tal parece que nos han hecho retroceder a la teoría hipodérmica de los años 20 de la pasada centuria, con el famoso “quién dice qué, a quién, con qué efecto”.

En Cuba somos millones los que tenemos acceso a la red de redes y que consumimos, principalmente, las redes sociales de Facebook e Instagram. Muchos incursionan en la creación de contenidos y se autodenominan como influencers, los que dicen la verdad, que los seres humanos hacemos relativa siempre desde ópticas individuales, condicionadas e intencionadas.

Es así que, hasta los asuntos más cotidianos como una cola, las discusiones entre vecinos o cónyuges, las fiestas y las propias carencias se difunden “sin tin ni  son”, desde escenarios lejanos en tiempo y espacio, incluso hasta en sentimiento. Y ese fenómeno ya no es evitable, la gente va a consumir y los influencers continuarán buscando reacciones a sus contenidos.

El término “prosumidor”, resume –de alguna manera-, el papel de cada usuario que lee, ve, reacciona y escribe.

Sin embargo, es una decisión personal qué leer, ver, a qué reaccionar y comentar. El eminente teólogo alemán Matín Lutero, padre de la Reforma que conmovió a Europa en el siglo XVI –condicionada en parte por la imprenta y la posibilidad de difundir la información-, advirtió que “no puedes evitar que los pájaros vuelen sobre tu cabeza, pero sí puedes evitar que hagan nido en ella”; dicho de otra manera, “no puedes evitar que la gente publique lo que quiera, pero sí puedes evitar darlo por sentado, sin un pensamiento crítico y objetivo”.

Podemos evitar lo denigrante, lo malintencionado, lo vulgar. Podemos evitar, en unidad y con el actuar contundente de los órganos y organismos correspondientes, el aumento de las indisciplinas sociales, hechos vandálicos, del robo, de la impunidad, la desidia, y los males que, en situaciones de crisis, pululan pero que no podemos ni queremos para una sociedad como la nuestra, a la que siempre han distinguido eso valores que Fidel conceptualizó el 1 de mayo del 2000: “igualdad y libertad plenas; ser tratados y tratar a los demás como seres humanos (…) modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo (…) no mentir jamás ni violar principios éticos (…) que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”.

Tampoco podemos desconocer que Cuba se enfrenta a una guerra comunicacional extraordinaria, que presume de informar al pueblo con veracidad, aunque obvien -de manera intencionada-, elementos que puedan desdeñar sus argumentos.

Un escenario tan complejo exige, de los medios de comunicación que son propiedad socialista de todo el pueblo, un ejercicio profesional comprometido con la verdad y, sobre todo, “con el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”.

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Luis Alberto Portuondo Ortega

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