Santiago de Cuba,

La delincuencia no puede encontrar cobijo en la indiferencia

01 September 2025 Escrito por  David A. Medina Cabrales (Estudiante de Periodismo)
Tomado de ¡ahora!

Recuerdo con esa nitidez que da la nostalgia, cómo en mis años de infancia las noches en el barrio tenían un ritmo distinto. Mi papá salía de casa con una taza de café, listo para asumir la guardia cederista. Minutos después, lo acompañaba el vecino de al lado, y luego otro. No se trataba de un simple encuentro entre vecinos; era un compromiso asumido con profunda convicción popular, para custodiar lo que era de todos: desde los cables eléctricos hasta la serenidad de los hogares donde descansaban nuestras familias.

Aquella tradición, impulsada por los CDR -creados por el Comandante en Jefe Fidel Castro-, constituía un verdadero momento de protección mutua que nacía desde la base misma del pueblo, forjado en la unidad y el sentido de pertenencia de cada barrio.

No se vigilaba por desconfianza, sino por pertenencia. El objetivo no era perseguir al delincuente, sino evitarlo con la contundencia de la unidad, esa que nuestro General de Ejército Raúl Castro definió como “nuestra principal arma estratégica; que ha permitido a esta pequeña Isla salir airosa en cada desafío”.

El barrio entero era una extensión de cada casa, y lo público se cuidaba con el mismo esmero que lo privado. Era una lección de civismo que se aprendía sin palabras: se aprendía viendo a los adultos asumir su responsabilidad, turno tras turno, sin aspavientos ni quejas. Era el orgullo de sentirse parte de algo grande, de un proyecto social donde la seguridad era una responsabilidad compartida y no solo una función delegada a las autoridades.

Hoy en nuestras calles se vive un panorama complejo. Según datos oficiales, se evidencia un aumento en robos, asaltos y actos vandálicos, principalmente en zonas urbanas. La sustracción de cables eléctricos, el sabotaje a las redes de telecomunicaciones y el robo de recursos del Estado son solo algunos ejemplos de una realidad que preocupa e indigna al pueblo.

Aunque las autoridades del Minint destacan esfuerzos para reducir estos índices, la compleja situación socioeconómica y la persistencia de políticas hostiles externas que limitan nuestro desarrollo, interfieren en la ocurrencia de estos hechos delictivos.

La pregunta que me asalta es necesaria: ¿Por qué perdimos esa práctica cederista de la vigilancia revolucionaria? No se trata solo de la valía de esa práctica, se extraña también el sentimiento que la sustentaba. El mundo ha cambiado, las dinámicas sociales son otras, pero la esencia de la protección del barrio sigue siendo una herramienta poderosa y, sobre todo, necesaria.

Reflexionar sobre la guardia cederista no es anclarse en el pasado, es rescatar un principio vital para el presente: la seguridad es una construcción colectiva. Retomar esos espacios de organización del barrio, adaptados a los nuevos tiempos, no sería un retroceso, sino un hecho de madurez social. Sería un mensaje claro de que nuestra comunidad sigue apostando por el orden, el respeto a la propiedad estatal y personal, y por la paz que merecen nuestros hijos.

Que el recuerdo emotivo de aquellas noches vigilantes no se quede en una simple anécdota. Que se convierta en un llamado a la acción. Como dijera Fidel en aquel discurso fundacional: “Les implantamos un comité de vigilancia revolucionaria en cada manzana... para que el pueblo vigile, para que el pueblo observe”.

Volvamos a organizarnos, a conversar en las esquinas, a mirar por el vecino y a construir juntos la tranquilidad que merecemos. La delincuencia no puede encontrar cobijo en la indiferencia; debemos enfrentarla con la misma unidad inquebrantable que una vez nos caracterizó.

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