Rodeado de un ambiente familiar cálido, de la naturaleza y amigos que jugaban en el campo a bañarse en el río, a cazar pájaros y corretear en el monte. De niño se impresionó cuando vio por primera vez la locomotora, vio ciclones y tenía una avidez inmensa por aprender.
Pero entre tanto, ser hijo de terrateniente fue “una suerte” que marcó su personalidad. Y así le cuenta a Ignacio Ramonet: “Yo era hijo de terrateniente, no era nieto de terrateniente. Si hubiera sido nieto de ricos habría nacido ya en un reparto aristocrático y todos mis amigos y toda cultura habrían estado marcados por el sentido de sentirme superior y todo eso. Donde yo nací eran pobres todos, hijos de obreros agrícolas y campesinos pobrísimos... Y mi propia familia, por parte de mi madre, eran pobres, y algunos primos de mi padre, que vinieron de Galicia, eran pobres, y la familia de mi padre en Galicia era también muy pobre.
“Pero seguramente lo que más ha influido es que, donde yo nací, vivía con la gente más humilde. Recuerdo a los desempleados analfabetos que hacían colas en las proximidades de los cañaverales, sin que nadie les llevara ni una gota de agua, ni desayuno, ni almuerzo, ni albergue, ni transporte. No puedo olvidar tampoco a aquellos muchachos que andaban descalzos.
“Todos los compañeros con los cuales yo juego, en Birán, con los que voy para arriba, para abajo, por todas partes, son la gente más pobre, algunos de los cuales, incluso, a la hora del almuerzo, yo les llevaba una lata llena de la comida excedente, por no decir sobrante. Yo iba con ellos al río, a caballo o a pie, por todas partes, a tirar piedras, a cazar pájaros, una cosa condenable pero era la costumbre de usar el tirapiedras... En cambio, en Santiago y después en La Habana, yo estaba en colegios de privilegiados, allí sí había hijos de terratenientes.”
A la periodista Katiuska Blanco, le habló de esa conexión especial con la naturaleza desde pequeño. “Allí estábamos mezclados con la gente, con los trabajadores, en el ambiente natural con los animales, con todo. Era mucho el contacto que teníamos con la naturaleza, realmente, desde pequeños; y estábamos libres casi todo el tiempo.”
Esa libertad de ser y relacionarse lo ayudó luego cuando lo mandaron a la ciudad de Santiago de Cuba, en la que estuvo interno en el colegio La Salle en la adolescencia, el rigor de la institución también forjó mucho de lo que fue, y se lo explicó a Frei Betto en uno de sus libros: “uno va recibiendo cierta ética, ciertas normas, no solo religiosas; va recibiendo una influencia de tipo humano, la autoridad de los profesores, las valoraciones que ellos hacen de las cosas.
“Ellos estimulaban el deporte, las excursiones a las montañas, y, en el caso mío, me gustaba el deporte, las excursiones, las caminatas, escalar montañas, todo aquello ejercía gran atractivo sobre mí. Incluso, en ocasiones hacía esperar dos horas a todo el grupo, porque andaba escalando una montaña. No me criticaban cuando hacía alguna cosa de esas, cuando mi tardanza obedecía a un gran esfuerzo, lo veían como prueba de espíritu emprendedor y tenaz; si las actividades eran arriesgadas y difíciles, ellos no las desestimulaban.”
Es así que cada pasaje de su vida en los primeros años, lograron hacer de él un joven rebelde, entusiasta, ávido de aprender y con la capacidad física y mental de liderar una revolución social como lo demostró luego. Vivió en varios contextos sociales desde pequeño y entendió que Cuba necesitaba ser un país para Todos.