Tomoko Kondo relató a Granma que su padre, Kenji Kondo, un hibakusha –como se les llama a los sobrevivientes de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki– hoy no presenta grandes secuelas del bombardeo, solo unas pequeñas heridas en la espalda y el abdomen. «Mi abuela los cubrió con un futón (una colcha japonesa) y esto impidió que no se afectaran con las radiaciones directas», explicó.
Pasado el primer bombardeo –el 6 de agosto– muchos japoneses, como Kenji y su familia, pensaron que no habría más sufrimiento, que no era posible volver a vivir tal hecatombe.
El 9 de agosto de 1945, Kakura era la ciudad en la mira. Ese día amaneció con niebla. Las instrucciones que tenían los pilotos, dirigidos desde la Casa Blanca, era escoger visualmente el objetivo que maximizara el alcance de la bomba.
Estados Unidos solo quería destrucción, y Nagasaki sufrió el estrago. La historia se repetía, el pueblo japonés sufría nuevamente los efectos de una bomba atómica, a solo tres días del siniestro en Hiroshima.
Un bombardero, el Bockscar, dejó caer la bomba Fat Man (hombre gordo). Explotó a escasos 500 metros sobre el suelo de Nagasaki. ¿Era un déjà vu o las ansias de poder de EE. UU. que extralimitaban cualquier consecuencia?
La Fat Man tenía una carga de seis kilos de plutonio, aunque se calcula que solo uno logró fisionarse, lo cual fue suficiente para liberar, aproximadamente, la energía equivalente a más de 20 000 toneladas de TNT.
La expansión de la destrucción en Nagasaki (40 %) no fue tan grande como en Hiroshima (70 %), aunque la explosión fue más fuerte, la tipografía compleja de la ciudad, ubicada entre valles, lo impidió.
La tierra del Sol naciente, ese día, otra vez, más que ver nacimiento vio muertes. Fue testigo de cómo, en segundos, se repetían las imágenes a tonos grises, con olor a carne quemada, con gritos de desesperación, como salidos de una película de terror.
En 1989, la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear publicó un informe en el que se estimó que en Nagasaki hubo más de 73 000 fallecidos y 74 000 heridos; aunque investigaciones posteriores han expuesto números mayores.
Esa herida continúa abierta para Japón y parte de la humanidad, junto a la posibilidad, por parte de la potencia del Norte, de volver a usar una bomba atómica, con completa demencia hacia los trazos de la historia.