Como si supiera que moriría joven el Che hizo más a sus 40 que la mayoría de los mortales, y no me refiero solamente a sus viajes en motocicleta, al Granma, la Sierra Maestra, el Ministerio de Industrias y el Banco Central de Cuba.
Tampoco limito su alcance a sus incursiones en Naciones Unidas, a sus intentos de encausar la unidad congoleña, ni a la fundación de la guerrilla en Bolivia; me refiero al legado político, económico y sociocultural que en tan poco tiempo fue capaz de forjar.
Para entender verdaderamente a Ernesto Guevara hay que abstraerlo de su tiempo y ver lo que desde allá construyó y conserva toda vigencia, como sus ideas plasmadas en textos sobre el ahorro, la innovación y las relaciones económicas en la sociedad que construye el socialismo.
El Che fue capaz de prever el colapso del campo socialista desde los tempranos años 60, luego de un recorrido por países euroasiáticos y percibir fisuras en el entramado social de las naciones que componían el bloque de Europa del Este.
Percibió que el capitalismo como sistema económico-social es incapaz de satisfacer las necesidades de todos los habitantes del planeta por su carácter depredador de los recursos naturales y su naturaleza egoísta y enajenante de las personas y pueblos incapaces de unirse en un proyecto de sociedad alternativa.
El guerrillero fue capaz de proyectar que la construcción de una sociedad nueva, requería de la formación de un hombre nuevo, que no arrastrará los rezagos de la vieja sociedad capitalista, a la que había que ir superando gradualmente, no solo en el campo económico, sino en el político, cultural, y en los valores humanos.
El Che más que militar, economista y político fue visionario, de esa forma aseguró que su legado llegara hasta hoy con fuerza similar a la inicial. Ya pasaron más de 50 años de su desaparición física y la mejor forma de honrarlo sigue siendo practicando su ejemplo.