Durante una entrevista, en conmemoración del aniversario 40 del Moncada, expresaría: “Aunque no nací en Santiago, es una tierra querida donde estuve dispuesta a dar la vida. Por los santiagueros y los orientales siento, además de cariño, respeto y admiración; y no es solo por las páginas que en la historia les corresponden desde 1953 hasta los días de hoy, también porque Oriente ha sido cuna de héroes y escenario de heroísmo y dignidad patria, como ahora lo es todo nuestro pueblo”.
En su libro ¡Atención! ¡Recuento!, recordando sus días como prisionero después del asalto al Moncada, por el Paseo de Martí, Almeida apunta: “Por aquí, por esta misma avenida, según nos contaron, fueron llevados al cementerio Santa Ifigenia los restos de nuestros compañeros torturados y asesinados por los soldados de la tiranía, manchando con la sangre de tanto crimen aquel amanecer y los días que siguieron. Nos dijeron que sacaron la caravana mortuoria con varios soldados armados y equipados fuertemente; y la policía motorizada ordenaba a la gente despejar las calles y cerrar las puertas y ventanas de las casas.
“No obstante, no pude evitar que muchos vieran los dos camiones donde llevaban apiladas las cajas de madera con los restos de nuestros compañeros. Eran cajas rústicas, endebles, mal hechas, y el peso de las de arriba rompió muchas de las de abajo, por lo que aquí asomaba una cabeza, allá una pierna, en otra colgaba una mano. El espectáculo era terrible. Los bárbaros oficiales, clases, soldados y policías, sepultaron los cadáveres en un sitio casi oculto del cementerio.
“Empezaba el temor, el horror, y nacía el valor del pueblo contra la tiranía. Pronto aparecieron flores sobre la tumba donde habían sido enterrados los jóvenes combatientes, y en las paredes y muros letreros de ‘¡Asesinos! ¡Abajo la tiranía! ¡Que se vayan los que nos quitaron la libertad!’ Aquí en esta ciudad eso fue un desafío al régimen ante tanta brutalidad, dolor y pena”.
En otra de sus obras, refiriéndose a los hechos del 30 de noviembre de 1956 en Santiago de Cuba, señala Almeida:
“Fue admirable la posición vertical y el valor heroico de aquellos jóvenes frente al ejército, para desafiar a un mayor número de hombres, armas y medios, y lo hacían vestidos de verde olivo, con brazalete rojo y negro, identificándose así como el Ejército del Pueblo.
“Los ojos curiosos de la gente vieron los movimientos de los jóvenes enfrentados a los soldados de la tiranía, tiros contra tiros. El pueblo, como lo hizo el 26 de Julio cuando los ataques a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, protegió y escondió a sus hijos, en peligro de muerte, poniéndolos a salvo.
“No faltó la inspiración, el valor y el entusiasmo de la mujer en estas acciones, entre ellas Yeyé, María Antonia, Gloria Cuadras, Vilma, Asela y otras más que ponían su quehacer y amor a la causa revolucionaria”.
Entre sus múltiples canciones, no faltó un lugar ni una inspiración, para Santiago de Cuba:
A Santiago:
Mi Santiago, tu Santiago, Nuestro Santiago,
un pedacito de Cuba es.
Las estrellas más brillantes en sus noches,
y de día más caliente sale el sol.
Sus mujeres son palmeras que se mueven
al conjuro de la brisa tropical.
Si te miran unos ojos, ten cuidado,
Porque deberías mirar.
Si me dicen que estás triste,
No te creo.
Cuando quieras que tus tristezas se disipen,
Ven conmigo a Santiago,
A mi Santiago, Nuestro Santiago,
en el festival
Un testimonio de José Camejo Acosta, combatiente y dirigente del Partido en esta provincia, quien durante muchos años trabajó muy ligado a Almeida, refleja una afirmación del Comandante de la Revolución, en la cual queda plasmada su devoción por Santiago de Cuba: “ Yo soy como los santiagueros, que dan vueltas y vueltas y regresan a su Santiago”.