A su estatura ética y moral y su amor y consagración a la causa revolucionaria nadie llega. Fidel, y la generación que no lo dejó morir en el año de su centenario, asumió sus doctrinas y las llevó en el corazón, de manera que, como su discípulo, luchó por la verdadera y definitiva libertad.
Algunos persisten en ocultar una verdad central del pensamiento martiano: Estados Unidos es la mayor amenaza para nuestra América. Martí aseguró que en la nación norteña “en vez de apretarse las causas de unión, se aflojan; en vez de resolverse los problemas de la humanidad, se reproducen”.
Durante 15 años de su breve, pero fecunda existencia, residió en el “norte revuelto y brutal” y a él debemos, en gran medida, nuestro raigal antiimperialismo. Preparó la Guerra Necesaria, fundó un único Partido y al periódico Patria, jamás negoció sus principios ni la causa de la independencia.
Siempre estuvo consciente de los peligros que implicaba tal empeño, “de dar mi vida por mi país”.
Fueron, precisamente, dos marines estadounidenses quienes, el 11 de marzo de 1949 en aquella Cuba pseudorrepublicana, profanaron la estatua del Apóstol ubicada en el Parque Central de La Habana, y uno de ellos, sentado a horcajadas sobre sus hombros, la utilizó como urinario público. Ante la indignación y las manifestaciones de los cubanos patriotas ante la embajada de la Unión que Martí comparó con Goliat, la policía respondió con golpes y agresiones, allí estuvo Fidel junto a otros líderes estudiantiles como Alfredo Guevara, Lionel Soto y Baudilio Castellanos. Pregunto, ¿es ese el modelo de país que queremos?
Para él, la Patria es “ara y no pedestal”, y no se le ha de servir “por el beneficio que se pueda sacar de ella, sea de gloria o de cualquier otro interés, sino por el placer desinteresado de serle útil”.
Para los cubanos, y de manera especial para los santiagueros que custodiamos sus restos -atesorados muy cerca de los de Céspedes, Mariana y del Comandante en Jefe-, defender tales ideas no es solo cuestión de historia sino de continuidad, ante el mismo enemigo y las mismas amenazas que hay que ganar a pensamiento, como la principal guerra que se nos hace.
No podemos permitir que nuevos marines, pagados por el Imperio –y que insisten en reescribir la historia-, sean comparados con tan excelso hombre que, a decir de Fidel, “nos enseñó su ardiente patriotismo, su amor apasionado a la libertad, la dignidad y el decoro del hombre, su repudio al despotismo y su fe ilimitada en el pueblo.”