‘La vida resulta compleja’, verdad de Perogrullo ante una cotidianidad que nos impone tanto. Sin embargo, puedo decirles lectores, que existen caricias que me llenan el alma los 365 días. Como las personas que quiero y son recíprocas, los amigos que me apoyaron ante percances; el poder escribir en este periódico -una de las cosas que adoro-; o que pese a las lágrimas, también hubo risas.
Otras de las cosas que me siguieron a todas partes son mi deseo y la voluntad férrea de que puedo aportar más, y gracias al periodismo vislumbrar un problema y sugerir soluciones. Desde un salidero, un vertedero, la calidad de un bien o servicio, el trato al público, la integridad en el trabajo, una queja del gas, de un punto de venta... ahí está la pluma para darle forma a lo que necesita tener voz, oído y palabra. Aún queda por hacer más, mucho más, y el tener ese tiempo vale oro.
No solo hay que llegar a donde esté el señalamiento o la corrección, también debemos narrar más historias de solidaridad, que no se adjudican de forma exclusiva a momentos de desastres naturales. El día a día conmociona con quienes dan lo mejor de sí para otros.
Desde el principio del año fui testigo del que transportó a un niño o anciano sin cobrarle un centavo; de un privado que donó alimentos a hospitales; de organizaciones internacionales que ofrecieron donativos y personal -como mismo lo ha realizado a lo largo de su historia la Mayor de Las Antillas-; de aquellos que hicieron llegar lo que tuviesen a los afectados por los huracanes; del vecindario que cocina en colectividad, con lo que cada quien pueda ofrecer, ah y que el juego de dominó no falte...
En lo personal, la gravedad de mi abuela me llegó muy hondo. No puedo contabilizar cuántos donantes de O- se personaron en el Banco de Sangre, otros regalaron medicamentos, material médico...Todos desconocidos, ninguno tenía otra cosa en común que su profundo humanismo, amor al prójimo y compasión ante el dolor ajeno.
Mi madre y yo a veces nos quedábamos hasta dos días seguidos en el hospital -familia pequeña-; en un momento ella no pudo comer nada siendo diabética. Pero una paciente del cubículo compartió su cena: ¡cuánta grandeza la de ese ser, dando lo poco que le habían llevado! A todos los rostros que no ví, pero me escribieron y llamaron en este terrible abril, infinitas gracias una y mil veces. Hicieron de ese, un mes de esperanza y victoria en las memorias de 2024.
Más allá de lo evidente -de la situación de la economía doméstica y familiar, de la diáspora, de la lucha contra la pérdida de valores sociales y males como la corrupción y el delito-, no puedo dejar de agradecer a este año.
Porque me hizo crecer, me puso a prueba, llevó al límite; me cerró puertas pero me abrió mejores caminos, me ayudó a reinventarme. Me enseñó a valorar cada jornada, a aprovechar los instantes de felicidad, a que dentro de la fragilidad humana está el mayor ímpetu; en esencia, me enseñó a vivir más pese a las preocupaciones, los impaces y contratiempos. Y eso forma parte de querernos en este contexto, de unirnos como familias, como cubanos.
Este 2025 sé que será mejor -no por las circunstancias externas-, sino porque cada uno de nosotros acumula nuevos aprendizajes, lecciones y experiencias. Sobre todo, que los sueños, la ilusión y la vida nunca nos falte.