Hijo de esclavo liberto que no reconoció a su prole, solo tuvo el apellido de la madre, María Dominga de la Trinidad Moncada, quien estuvo tres veces en la prisión del Morro santiaguero al negarse a convencer a sus hijos para que abandonaran la lucha, como le pedían las autoridades españolas.
Pronto supo leer y escribir, y se hizo carpintero, para levantarse desde una pobreza espartana y cubrirse con el manto de la gloria en apenas cincuenta y seis años de vida. Pronto perdió lo de José Guillermo para llamarse Guillermón, bautizo dado por sus compañeros de armas debido a lo extraordinario de su estatura, su fortaleza física y al gran coraje que demostró en cada combate.
A decir de José Martí, Guillermón Moncada era ´´alto en todo´´, y así debía serlo -no solo por su estatura-, quien supo entregar su vida a la causa independentista, sin otra recompensa que la inmortalidad ganada a sudor y machete.
El honor lo halló al extender la guerra a la región de Guantánamo, testigo de sus más fabulosas hazañas; ágil y audaz en el manejo del machete; al oponerse al Pacto del Zanjón, para convertirse en uno de los hombres de la Protesta de Baraguá; y durante la Guerra Chiquita, cuando se mantuvo sobre las armas casi un año en la región oriental, contra todos los avatares que recoge la historia.
“Predestinado a ser un guerrero, la naturaleza lo dotó de elementos físicos y mentales para la lucha: brazo largo, estatura gigantesca, ancha espalda, recios muslos, mirada escudriñadora, concepción rápida y carácter ejecutivo. Únase a eso las prendas morales que le adornaban, porque Guillermón representó la hidalguía, la nobleza, la caballerosidad, la rectitud, a tal punto, que, ante su inmaculada figura, los negros y los blancos de la capital de Oriente, veían en él a la persona augusta de verbo revolucionario”, escribió Regino Eladio Boti, el poeta, quien fuera el primero en escribir sobre su vida.
Los españoles intentaron reducirlo en el combate, y los entreguistas de la pseudorrepública manchar su nombre llamando así al otrora Cuartel Moncada. Mas la historia, testigo y jueza, ha de colocarlo en el altar reservado a los héroes, para que su nombre siga resonando, mezclado al sudor de otros héroes, de otros tiempos, con otras batallas y muchas victorias: los del puerto santiaguero, que a lomo pelado y sin descanso trabajan por el pueblo, y a los peloteros, que han de dedicar sus jonrones, también, a Guillermón.
Existen hombres en la historia patria cuyas vidas han de ser ejemplo y motivo de veneración eterna. Héroes cuyas historias deben ser contadas, para que no se olvide cuánto de valor y rebeldía hay en la sangre cubana, y no se deje mancillar nunca al estandarte tricolor de la libertad. Uno de esos hombres es Guillermón Moncada.