“Empecé en 1981, cuando el BPA no existía. Era el Banco Nacional de Cuba”, dijo mientras miraba con cuidado aprecio a los más jóvenes. Su voz, trae a la memoria aquellos primeros años. “Comencé como auxiliar de contabilidad. En ese tiempo, todo se hacía a mano: los libros, los balances. No había computadoras, solo lápices, papeles y mucha paciencia”.
Dos años después, el 18 de mayo de 1983, el Decreto Ley No. 69 transformó la institución en el Banco Popular de Ahorro, y Manuel se convirtió en uno de sus fundadores. “Fue un cambio enorme. No solo de nombre, sino de visión. Pasamos de ser una entidad centralizada a un banco más cercano a la gente, con más sucursales y servicios”.
Si hay algo que define a Mosquera López es su versatilidad. “He transitado por casi todos los cargos: auditor, director de sucursales. Incluso antes de ser subdirector, fui auxiliar de auditoría”, comentó con una sonrisa. Cada puesto le dejó una enseñanza. “Como auditor, aprendí la importancia de la transparencia. Como director, entendí que un banco no son solo números, sino personas que confían en nosotros”.
Uno de los momentos más importantes de su carrera fue la transición hacia la bancarización y el dinero plástico. “Recuerdo cuando llegaron las primeras tarjetas. La gente desconfiaba, prefería el efectivo. Hoy, aún sigue siendo un reto convencer a nuestros clientes que este cambio es necesario”.
Entre sus recuerdos más preciados están las cartas de reconocimiento de antiguos presidentes del banco. “Las guardo como un tesoro. No son solo papeles; son el agradecimiento de una institución a la que le he dado mi vida”.
Pero su mayor orgullo, confesó, es su familia. “Tengo cuatro hijos. A ellos les he inculcado lo mismo que al banco: dedicación, amor y honestidad”. Aunque vive en Santiago de Cuba, su corazón está dividido entre su hogar y las paredes del BPA.
A sus más de 40 años de servicio, Manuel sigue siendo un ejemplo -con el que todos cuentan- en la dirección provincial. “El banco ha cambiado, pero su esencia no. Seguimos aquí para servir”.
Y así, entre anécdotas de pasadas y reflexiones sobre el presente, Manuel, sigue escribiendo, día a día, la historia del BPA. No con tinta, sino con el sudor de quien sabe que su legado no son los cargos que ocupó, sino las vidas que tocó.