Ahora, este muchacho, quien en pocos días comenzará su carrera universitaria en la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba, guarda en su memoria el peso dulce de lecciones aprendidas en esta etapa que marcarán su vida para siempre.
“Confieso que ingenuamente pensé que la vida militar sería más sencilla, menos estricta. La realidad fue un jarro de agua fría, pero uno que al final agradeces. Mi unidad, exige un nivel de disciplina implacable. Allí, cada día era una lección nueva en esa rigurosa forma de vida. Creí que el armamento se limitaba a aprender a disparar, pero no; tuvimos que internalizar hasta el más ínfimo detalle de nuestro fusil, hasta sentirlo como una extensión de nosotros mismos.
“Las guardias en el campamento, que imaginé serían una formalidad, se convirtieron en una gran responsabilidad, pues de nuestra vigilancia dependía la seguridad de todo el personal”, comentó.
De entre los recuerdos, de esta etapa de su vida, hay uno que guarda en su corazón por lo que significó. “El mejor recuerdo que me llevo es el encuentro con la historia que tuvimos en Duaba, Baracoa, con la máxima dirección del país, durante la conmemoración del 130 aniversario del desembarco de Antonio Maceo por aquellos mismos parajes.
“Fue en eselugar sagrado de la Patria donde pude conocer y hablar personalmente con el Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez y con la Primera Secretaria del Comité Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), Meyvis Estévez Hechavarría”, dijo con orgullo.
Sin embargo, el camino no estuvo exento de retos, de pequeñas batallas personales que librar. “Al inicio, lo más difícil fue adaptarme a todo allí”, expresó con sinceridad. Otra prueba fue la subordinación. “Me pegó muy fuerte. No estaba adaptado a que me dieran tantas órdenes y, sobre todo, a la exigencia de cumplirlas correcta e inmediatamente. Fue un aprendizaje duro, pero necesario, que moldeó mi carácter”.
Hoy, de vuelta en el seno de su familia, el contraste entre ambas realidades es profundo y grato. “Fue muy bueno reencontrarme con la vida civil, poder acostarse a cualquier hora y comer todo lo que uno quiera”, relató. Sin embargo, su cuerpo aún se rige por el horario militar. “Al principio me costaba dormir, porque en la unidad me levantaba muy temprano. Eso me siguió pasando en casa, me despertaba -como si tuviera un reloj en la mente- a las cinco de la mañana y era incapaz de volver a dormir hasta pasadas las once de la noche”.
El reencuentro con sus seres queridos ha sido el regalo más valioso tras su tiempo lejos de casa. “Volver a abrazar a mi familia y amigos me llenó de orgullo, porque los había extrañado profundamente: sus gestos, esos juegos y risas que tantas veces recordé”, confesó.
Aunque en su interior alberga la transformación que forjó la disciplina militar, en el calor de su entorno todo parece conservar la misma esencia de siempre. “Para ellos no he cambiado; me miran y me tratan exactamente como antes, siguen viendo al negrito alegre y bromista de siempre”, aseguró entre risas.
Así, con la mochila cargada de recuerdos imborrables, Roennis emprenderá en tan solo unos días su sueño. El mismo joven que un día aprendió a desarmar y limpiar hasta el último resorte de su fusil para defender la tierra que lo vio nacer, ahora se prepara para escuchar con sus manos el corazón de su gente, para sanar y dar vida.
Desde las aulas de la Universidad, continuará sirviendo, porque ha comprendido que la Revolución se defiende también con el gesto noble de curar a un niño, con la ciencia y con la entrega de quien elige aliviar el dolor ajeno. Lleva en la sangre la sencillez de su gente y la fortaleza que le dieron aquellos días, y ahora tiene la convicción de que su nuevo campo de batalla será la sonrisa de un niño sano, y su mayor victoria, la gratitud de su pueblo.