Aunque no padeció la Covid, la doctora María Elena Mora Arias, Especialista en primer grado de Higiene y Epidemiología, fue una de sus víctimas, y no dudó en integrar el Grupo Técnico Asesor (GTA) del Consejo de Defensa Provincial para el enfrentamiento a la pandemia en Santiago de Cuba, donde por dos años volcó sus esfuerzos para controlar el contagio.
“Recuerdo con mucha tristeza cuando en enero del 2021 mi esposo dio positivo a la Covid-19 por un foco de infección en su trabajo, y es ese momento, más que pensar en que él estaba enfermo, era pensar en 'Bebé'.
“Yo había sacado a nuestro niño de 18 meses del círculo precisamente por temor al contagio, porque me podía enfermar durante las visitas a comunidades con focos activos o a hospitales de zona roja, a pesar del cuidado extremo que tomaba, pero él era un ser humano indefenso, y para las madres el tesoro más importante son nuestros hijos.
“Cuando llegó su PCR positivo tuve una ola de sentimientos encontrados, mucha culpabilidad, frustración, aunque confiaba en el excelente equipo multidisciplinario del Hospital Pediátrico Norte (Ondi) la respuesta individual de las personas no depende de los médicos”.
A esto se sumaba la preocupación por la salud del esposo, ya trasladado hacia el Hospital Ambrosio Grillo porque cada día desarrollaba nuevos síntomas, y hoy María Elena agradece infinitamente el apoyo de los médicos de la sala, que le dieron seguridad en cada momento.
“Tuve que ponerme fuerte para enfrentar la situación, sin poder llorar en un hombro amigo por el riesgo de contagiar a la abuela, los tíos, los primos, los vecinos, a los profesores del GTA. Era estar aislada y tratar de mantener la mayor ecuanimidad posible.
“Fueron seis noches de insomnio en el hospital, vigilando a tu bebé que pudiera respirar bien, las 24 horas más largas se fueron esperando el resultado del PCR, y lo que me mantenía en pie era que el niño tenía buen estado general, se alimentaba y dormía bien; mientras, alrededor mío llegaban lactantes de uno o tres meses de nacidos.
“En muchas ocasiones tuve que dejar de ser madre para apoyar a los médicos porque no daban abasto, y ver un niño que le ponían Interferón hacer casi una crisis convulsiva por fiebre y pensar que Mateo podía estar en esa situación era alarmante, porque yo más que nadie sabía a lo que me enfrentaba.
“Afortunadamente Mateo y mi esposo salieron bien, con algunas secuelas como insomnio, pérdida del gusto y del olfato, pero gracias a dios mi niño no tuvo consecuencias cardiovasculares ni renales, ya recibió la vacuna Soberana Plus, y yo soy de las que lloro con el tema ¨La fuerza de un país¨, de Buena Fe, porque él está más protegido y yo, por supuesto, más feliz”.
El año pasado, después de la calma que hubo hasta junio, ver aumentar los casos de forma exponencial y acelerada, ¿qué impacto tuvo en usted como profesional?
“Recuerdo una guardia epidemiológica donde reportamos 751 casos positivos en un día, fue un colapso total en todos los hospitales: el pediátrico, el Militar, Ambrosio Grillo, los centros de aislamiento, en los municipios…
“La variante Delta cambió lo que sabíamos de la enfermedad: comenzaron a haber más casos con síntomas respiratorios que asintomáticos, las edades de mayor incidencia se desplazaron de los adultos mayores a los niños y embarazadas, y la letalidad iba creciendo de manera abismal.
“Sumado a esto la crisis de oxígeno que vivió el país, el déficit de camas en las salas de terapia crearon mucha tensión en quienes debíamos evaluar la situación y encontrar soluciones. Encuestamos a los infectados en busca de patrones de conducta y causas de contagio, reforzamos las capacitaciones, creamos salas de cuidados intensivos en los centros de aislamiento para garantizar la atención inmediata…
“Además, visitamos especialmente al personal médico que llevaba más de un año de pandemia y se habían contagiado no solo por las instituciones de salud sino también en eventos familiares. Eran personas deprimidas porque sus parientes estaban enfermos y ellos no podían atenderlos porque estaban dando lo mejor de sí para poder salvar otras vidas”.
¿Cómo le sirvió su experiencia para dar ánimo y aliento a esas personas que atravesaban situaciones similares?
"Hubo una intensivista que tenía a la niña de tres años, con un PCR positivo e ingresada en la Ondi junto el papá, mientras ella estaba trabajando, y creo que poder llorar, hacer catarsis, darle el hombro amigo, compartir la experiencia y reafirmarle las condiciones del hospital pediátrico y del equipo médico, porque lo había vivido, le ayudó a salir adelante. Afortunadamente la pequeña y el padre salieron victoriosos.
“Y con el evento Baire, donde los pobladores salían por zonas que desconocíamos y propagaban el virus, en la charla educativa compartí mis vivencias, las de compañeros y familiares que habíamos perdido, y eso marcó un cambio, porque vieron que no estábamos jugando, que sus vidas estaban en juego y sin disciplina nunca íbamos a controlar la epidemia.
“La Covid nos dejó muchos sinsabores, descubrimientos por hacer, nos obligó a adaptarnos. Cada reto lo asumí con la esperanza de que estaba contribuyendo a salvar vidas, a controlar la epidemia para que niños como el mío no se enfermaran más y pudieran gozar, en el menor tiempo posible, de una situación epidemiológica más favorable”.
María Elena confiesa que sintió todos los dolores como suyos y eso le sirvió para realizar su labor con más deseos, ponerse en el lugar de los enfermos y sospechosos y hacerles ver que el virus que no entiende de sexo, raza ni edad.