Han transcurrido 66 años cuando la historia lo convirtió en el supremo mártir de la lucha clandestina, en el hijo noble y de coraje de acero que había decidido librar al pueblo de la afrenta, el abuso y la tiranía sangrienta de Fulgencio Batista.
Cuentan los que bien le conocieron de la grandeza de su sensibilidad humana, de cuánto le gustaba pensar, meditar y planear el futuro de la Patria... muchas veces allí frente al mar, a la ciudad, al sol, a las montañas de la Sierra Maestra, ante ese surtido de empinados cerros, que despuntó en la historia por su abrigo al valor, a la justicia, a la verdad.
Con apenas 14 años, en 1948, ingresa en la Escuela Normal para convertirse en maestro. A la par, emprende la lucha para combatir la ignominia y la maldad. No demora en formar parte del Buró Revolucionario de Estudiantes Normalistas y de la llamada Decisión Guiteras. Luego milita en otras organizaciones como en la Acción Revolucionaria Oriental y por su desempeño se convierte en jefe de la Acción Revolucionaria Nacional.
En 1952 se enfrenta al golpe militar de Fulgencio Batista con acciones de protestas y cuando en 1953 se gradúa, acontece el asalto al cuartel Moncada, lo que deviene acicate para seguir la lucha, ya entonces con la suerte de conocer a Fidel Castro Ruz y descubrir sus extraordinarias cualidades y virtudes humanas; de ahí la gran admiración y respeto con quien en lo adelante estrecharía relaciones y asumiría como su máximo guía.
En septiembre de 1955, aquel joven de mirada profunda, por su audacia e inteligencia es nombrado por Fidel, Jefe Nacional de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio, en momentos en que la ciudad indómita se empinaba, cada vez más, para decir ¡Basta! Desde entonces fue David su nombre de guerra.
Santiago de Cuba se convierte en un verdadero hervidero de lucha; se recrudecen los asesinatos, las torturas... muchos retoños dejan su impronta con su sangre. No hay cubano ni santiaguero que haya podido olvidar los horrendos crímenes.
El 30 de julio de 1957 es asesinado vilmente, por una delación y emboscada. El llanto de todos los santiagueros, se convirtió en sentencia de muerte para la tiranía.
Santiago de Cuba también podría llamarse Frank, porque su corazón y su pensamiento latían al unísono, porque en sus valores se identificaba su pueblo... el alto sentido de la responsabilidad, su honradez, su apego a la lealtad, su sentido justiciero, su amor por Cuba, su indiscutible condición de líder revolucionario.
Frank no solo era aquel paradigma de maestro, consecuente con el ideario martiano, tenía una especial capacidad intelectual y una profundidad de análisis nada común; sencillo, modesto y fiel a su credo, a su Patria y a Fidel.
Santiago podría llamarse Frank, porque Santiago, al margen de sus atributos naturales, centra su mayor belleza en la calidad de sus hombres, mujeres y niños, a quienes los distingue la dignidad, el humanismo, los sentimientos patrióticos, solidarios y de justicia social.
Y es que Frank fue, es y seguirá siendo una ciudad, aquella desafiante y valiente que enfrentó a los tiranos cuando derramó flores a la marcha de su despedida, y hoy también le sigue su siempre ciudad heroica, pletórica de sueños y empeñada en la continuación de conquistas; crecida al amparo de la historia y erguida obra.
Aquí sigues perpetuo, en el magisterio, en los jóvenes que dignifican su época, en el amor y cabalgando junto al gigante de nuestra más grandiosa epopeya para continuar la marcha apretada y perfeccionar el camino hacia nuevas victorias. Santiago también se llama Frank País García.