Allí supo lo que era la traición. Según relató a Ignacio Ramonet en Cien Horas con Fidel, el primero que traicionó fue el hijo del telegrafista de Birán. Este joven vivía en La Habana, “era amigo, apoyaba, simpatizaba con nosotros en el mismo partido. Tenía confianza en él”. Ese fue el error -decía- : “Usted no debe confiar en alguien simplemente porque sea amigo”.
Se imprimía con un mimeógrafo un periódico clandestino con el objetivo de tener una publicación revolucionaria y él entregó a la Policía la ubicación de este equipo, desde donde nació El Acusador.
En el ambiente universitario comenzó Fidel a reaccionar contra muchas de las cosas que estaban viviendo en la Cuba de esa época. Era –narraba- “un espíritu rebelde, ávido de ideas y conocimientos, lleno de curiosidad y energía”.
En poco tiempo se convirtió en un comunista utópico a partir de la vida, la experiencia y lo adquirido a través de la economía política tradicional.
Cuando llega a la Universidad la gente de izquierda “era un número exiguo”. Ellos lo veían como un hijo de terrateniente, graduado del Colegio de Belén, “este debe ser el tipo más reaccionario del mundo”.
A pocos meses del primer año de la carrera la política pasa a ocupar el primer lugar, fue candidato a delegado del curso. “A esa actividad política dedicaba cada vez más tiempo”. Al acercarse las elecciones a la presidencia de la FEU, su voz se alzó en contra del candidato del gobierno, lo que le ocasionó muchos peligros “por chocar con los intereses de la mafia, que dominaba la Universidad”.
En el segundo año ya la mafia tomó una fuerte medida de intimidación y le prohibió entrar a su centro de estudios. Al principio se fue a una playa y lloró, era una situación muy compleja, con 20 años se estaba enfrentando “a todos los poderes y todas las impunidades. Pero decidí volver, consciente de que podía significar la muerte segura”.
Fue entonces cuando un amigo le consiguió un arma. “Estaba decidido a vender cara mi vida, a no aceptar la deshonra de ausentarme de la Universidad”. Así, inició Fidel su peculiar lucha armada, pues no era con el uso de las armas, sino con riesgos y desafíos.
Y allí regresó, acompañado de cinco compañeros. “El momento fue paralizante para quienes habían prohibido mi entrada”. Pero aquello pudo hacerse muy pocas veces. Pronto estuvo obligado a estar solo y casi siempre desarmado, por los riesgos. Y confiesa que a lo largo de siete años tuvo que realizar su lucha revolucionaria sin un arma. No fue hasta el 26 de julio de 1953, cuando el asalto al cuartel Moncada, que volvió a coger un arma en sus manos, lo que refuerza su valentía y decisión. En esos años aprendió también que “la dignidad, la moral y la verdad son armas invencibles”.
En esa etapa de aprendizaje confiesa que fue esencial lo heredado de Martí: Fue “inspiración (…) pero sobre todo la ética, como comportamiento”. Y de Marx, el concepto de la sociedad humana, “él nos mostró la que era la sociedad y la historia de su desarrollo”, sin sus ideas “no se puede encajar ningún argumento que interprete de forma razonable los acontecimientos históricos”.
Así con los golpes de la vida, con esa infancia rebelde y de sacrificios, Fidel entendió muy fácil que se vivía en una sociedad de desigualdades e injusticias. Una etapa de aprendizaje múltiple, que sembró la semilla del revolucionaria que conocimos y admiramos.