La primera educadora de profesión -graduada de la Escuela Normal para Maestros de Oriente- y maestra de la vida, la tuve en casa. Ella fue y será inolvidable para mí y para quienes en sus 39 años de servicio “pasaron por sus manos”. Fue alfabetizadora; cuando el amor la cautivó, cambió la vida de la ciudad por la del campo, y allí, en una escuela multigrado enseñó a leer a muchos niños, y algunos fueron motivados por esa llama del saber y luego estudiaron magisterio.
Los recuerdos se agolpan en una fecha como esta. Admiré mucho a Guillermina, quien desde el aula de Preescolar en la escuela Arquímedes Colina, nos deleitaba con el piano y hacía que los matutinos fueran especiales, incluyendo los acordes que indicaban el paso a las aulas. En tercer grado no olvido a Carmen Romero; en quinto y sexto a Pura Mirabal y a Pepín, no solo admirados por su sabiduría, sino por su ética y manera de vestir.
La lista es interminable, pero imposible obviar a quienes desde la secundaria y el preuniversitario nos adentraron en otro mundo, sí, en otro mundo, porque el maestro es una brújula que activa los imanes de la curiosidad, el conocimiento y la sabiduría en sus alumnos. Eso lograron Wilfredo Ginarte; Máximo Barrera, Elsa Coello, Hugo Azam, Fausto Caballero, Rey Soriano Sojo, Sonia Bermúdez y otros en cada uno de los egresados de la vocacional Antonio Maceo.
El agradecimiento abarca a los profesores de la Educación Superior: Heriberto Cardoso, Migdonio Causse, Rafael Fonseca, Vicente Guash, Deysi Cué, Ana Vilorio, Osmar Álvarez, Rafael Lechuga y muchos que inculcaron el amor por esta profesión que compromete y enamora.
Ellos, los míos, los suyos, todos los educadores, han dejado una marca en el alma de sus estudiantes. Por eso reverenciamos y homenajeamos las horas de entrega y de amor, de quienes nos guiaron con su sabiduría y que hoy, muy jóvenes, lo hacen con nuestros hijos y nietos.
Un buen educador ilumina el camino de sus discípulos no solo con su conocimiento, sino con su ejemplo. El maestro deja una huella para la eternidad; nunca se puede saber cuándo se detiene su influencia. Por eso, aún peinando canas, recordamos a todos los que con vocación, empatía y paciencia, sembraron y siembran la semilla del saber.