Santiago de Cuba,

Fidel

12 August 2024 Escrito por 

Fidel Pino Santos fue un buen amigo de Ángel Castro Argiz, quien así le puso a uno de sus vástagos, al que indistintamente inscribieron como Fidel Hipólito, Fidel Casiano y, finalmente, como Fidel Alejandro Castro Ruz.

Digno de fe, es el significado de ese nombre de origen latino; también, y de manera más breve y acertada, lo es fiel. Nuestro Fidel, es el hombre que dedicó su vida a la Revolución, que es «luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo». Desde los años 50 del siglo XX, su nombre ha estado acompañado de muchos epítetos y estremecido a millones de personas, tan solo de escucharlo o mencionarlo.

En Cuba, de manera particular, apelar al nombre de Fidel ha sido una especie de bálsamo, convicción y, sobre todo, de esperanza. Cuando Fidel se entere, si Fidel estuviera aquí, cuando Fidel venga lo va a solucionar, son de las tantas expresiones que, movidas por la certeza, fueron repetidas y alzadas por la mayoría.

Fidel, el hombre más grande de Cuba
Isabel Boizán Barrientos -que junto a su familia se movilizó en torno a la causa de la Generación del Centenario-, relató a Granma «que el 26 de julio de 1953, el carnaval estaba mutilado por la tiranía recién
instaurada; en cuanto escuchamos la noticia por la CMKC del asalto al Moncada, mi hermana Zaida y yo fuimos a avisarle a papá, un ortodoxo convencido que, cuando supo que el nombre del jefe de la acción era el de Fidel Castro el jefe, saltó del andamio en el que estaba, puesto que trabajaba para el gallego Rodríguez, y gritó: ¡ese es el hombre que puede salvar a Cuba y hay que ayudarlo!».

Isabel, que a sus 84 años recuerda con lujo de detalles la historia de la Revolución encabezada por Fidel y reiniciada aquel día, todavía es movida por las profundas convicciones de su padre Antonio Feliciano, quien se integró al Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) «y asumió los ideales de la Generación del Centenario; como santiaguero se opuso al Golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, y en medio de la tensión con que amanecimos ese 26 de julio, él no se amedrentó, ensilló a su caballo Macusey para ir hasta Juraguá, atravesar la finca de los Noguéf y buscar a Fidel en la Gran Piedra o en Ocaña», recuerda la octogenaria combatiente.

En su andar Antonio Feliciano divisó a unos casquitos que «debajo de un algarrobo tenían a un grupo de asaltantes asesinados; los guardias le dijeron: paisano acérquese, hay mucha gente mala por allá; a lo que replicó mi padre: solo Concha, mi señora, que a veces tiene un poco de catarro. Ellos, de manera burlesca le respondieron que se referían a esos asesinos que vinieron a asaltar el Moncada.

Mi padre, vio entre los cadáveres cómo se movía el brazo izquierdo de uno de ellos, por lo que la matanza había sido reciente; lo síntomas de tortura, incluso de violación, eran evidentes». Ese día, describió Isabel, «muy cerca de la escuelita donde estudiábamos, encontramos cascos de bala y un pañuelo teñido de sangre, que tal vez perteneció a algún moncadista o a su ejecutor; a esa edad juvenil decidimos todos iniciar el combate, un combate en el que seguimos y que es de Patrio o Muerte ¡Venceremos!, la más profunda consigna de Fidel».

En abril de 1953, Oscar Alberto (Nito) Ortega, integrado secretamente a la Generación que no dejó morir al Apóstol en el año de su Centenario, le dijo a su madre Aminta: «hoy te voy a presentar al hombre más grande de Cuba». Lo acogió en su casa de la calle Lora de Palma Soriano y desde entonces, según versa la tradición de esta familia matriarcal, «Chicha (Aminta) asumió que Fidel era como un hijo y, también, una especia de padre para los cubanos; él la atendió como si fuera su madre luego de que Nito fuera asesinado tras la gesta del Mocada; ella se integró a la primera célula de mujeres del Movimiento 26 de Julio, participó en varias actividades de la Clandestinidad, y fue a recibirlo, junto a otras madres de los mártires de la mañana de la Santa Ana, cuando salió del Presidio Modelo».

Un nombre que define al Hombre
El Comandante en Jefe, definido por Ernesto Guevara como una «fuerza telúrica llamada Fidel Castro Ruz, nombre que en pocos años ha alcanzado proyecciones históricas», ha trascendido el modelo de espacio-tiempo, sobresaliendo «ampliamente por sobre todos sus compañeros y seguidores (…) desde la vida estudiantil hasta el premierato de nuestra Patria y de los pueblos oprimidos de América. Tiene las características de gran conductor que, sumadas a sus dotes personales de audacia, fuerza y valor, y a su extraordinario afán de auscultar siempre la voluntad del pueblo, lo han llevado al lugar de honor y de sacrificio que hoy ocupa».

Con él fue vindicada la cusa de la unidad, cuya ausencia frenó en no pocas ocasiones el triunfo: «con su capacidad de aglutinar, de unir, oponiéndose a la división que debilita; su capacidad de dirigir a la cabeza de todos la acción del pueblo; su amor infinito por él; su fe en el futuro y su capacidad de preverlo; Fidel Castro hizo más que nadie en Cuba para construir de la nada el aparato hoy formidable de la Revolución Cubana», sentenció el Ché.

A esas virtudes, añadió el teólogo brasileño Frei Betto que «Fidel es un hombre de una trascendencia histórica no solamente de América Latina, más para todo el mundo». No obstante, el Jefe de la Revolución nunca estuvo en un sitio inaccesible para la mayoría, más bien en los sitios donde estaban los humildes, los desposeídos a quienes el cruel poder burgués desterraba. Por eso hizo y condujo la Revolución de obreros y campesinos «la Revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes. Y por esta Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, estamos dispuestos a dar la vida».

Fidel fue, y es, el compañero de batallas cotidianas y decisivas, un hombre que murió «pero es inmortal. Pocos hombres conocieron la gloria de entrar vivos en la leyenda y en la historia. Fidel es uno de ellos», afirmó Ignacio Ramonet, el periodista español que con él conversó unas cien horas.

En este hombre, siempre predominó la confianza. Para el militar soviético Alexei Dementiev fue «impresionante la fe de Fidel en su pueblo, y de su pueblo y de nosotros, los soviéticos, en él. Fidel es, sin discusión alguna, uno de los genios políticos y militares de este siglo».

Hasta sus enemigos, muchos de ellos los verdaderos promotores del terrorismo en todas sus manifestaciones reconocen lo que él significa. En ese sentido, Lester D. Mallory, Vice Secretario de Estado Asistente para los Asuntos Interamericanos, en un memorándum secreto del Departamento de Estado, de abril de 1960, definió la filosofía del bloqueo económico, comercial y financiero impuesto meses después de forma unilateral contra Cuba: «La mayoría de los cubanos apoyan a Castro (…) el único modo previsible de restarle apoyo interno es mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales (…) hay que emplear rápidamente todos los medios posibles para debilitar la vida económica de Cuba».

Por lo tanto, se afianza «la permanente enseñanza de Fidel es que sí se puede, que el hombre es capaz de sobreponerse a las más duras condiciones si no desfallece su voluntad de vencer, hace una evaluación correcta de cada situación y no renuncia a sus justos y nobles principios», de acuerdo con su fiel y modesto hermano Raúl.

Fidel, el nombre, el hombre, el amigo y compañero.
Fidel cercano, nunca ajeno; Fidel se ha multiplicado en millones. La profunda tristeza que causó su muerte, se convirtió inmediatamente en la raigal decisión de continuar su obra, la obra de justicia social «con todos y para el bien de todos».

No necesita ni bustos ni estatuas, basta con el inmenso y extraordinario legado moral que le acompañan que, como los ojos de Abel Santamaría, «ahora son estrellas de un cielo risueño / y alumbran el paso triunfal de Fidel!».

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Luis Alberto Portuondo Ortega

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