Conocido cariñosamente como “Sosita”, este joven, caído en combate a los 24 años durante el asalto al Cuartel Moncada, encarna la entrega y el sacrificio que hoy inspiran a miles de trabajadores cubanos.
Nacido en 1929 en Sagua la Grande, antigua provincia de Las Villas, Elpidio creció en el seno de una familia humilde. A los 19 años la necesidad lo obligó a emplearse como viajante de comercio en la firma Hilos Capitolio. Más tarde, tras mudarse a La Habana, trabajó como dependiente gastronómico en un bar, un oficio que asumió temporalmente para ayudar al sustento de los suyos, reflejando desde temprano su sentido de responsabilidad familiar y social.
En la capital, su vida dio un giro al contactar con Fidel Castro, Abel Santamaría y otros miembros de la Juventud Ortodoxa. Compartiendo su descontento con la realidad cubana bajo la dictadura de Batista, Sosita se integró a círculos clandestinos, participando en prácticas de tiro y actividades conspirativas. Su compromiso lo llevó a vender su empleo y donar 300 pesos a la causa, un gesto que evidenció su prioridad: la liberación de Cuba.
Elpidio fue uno de los más de 130 combatientes que, el 26 de julio de 1953, atacaron el Cuartel Moncada en Santiago de Cuba. Pero su rol fue aún más crucial, pertenecía al reducido grupo que conocía el verdadero objetivo de la acción. Junto a Abel Santamaría y Ernesto Tizol, llegó días antes a la ciudad para alquilar la Finca Siboney, lugar clave para el entrenamiento y almacenamiento de armas. Aquella madrugada, su valentía quedó truncada por la bala que segó su vida, pero no su legado.
La elección de esta fecha para celebrar el Día del Trabajador de la Hotelería y el Turismo no es casual. Elpidio, quien trabajó en el sector gastronómico, simboliza la dedicación y el espíritu de servicio que distinguen a estos profesionales.
Aunque su vida fue breve, Sosita dejó una huella imborrable. Su nombre resuena en aulas, sindicatos y actos conmemorativos, recordándonos que la juventud no es sinónimo de inexperiencia, sino de pasión transformadora. Su historia nos invita a valorar cada plato servido, cada habitación preparada y cada sonrisa ofrecida, porque tras ellos hay un espíritu de entrega que, como el suyo, construye naciones.