Reeve llegó a Cuba en 1869 como parte de la expedición del vapor Perrit, liderada por el general Thomas Jordan. Su primer encuentro con la crudeza de la guerra fue dramático: capturado y fusilado por los españoles, sobrevivió milagrosamente a cuatro balazos y escapó arrastrándose entre los cadáveres de sus compañeros . Aquel episodio, lejos de amedrentarlo, forjó su leyenda.
Bajo el mando de Ignacio Agramonte -El Mayor-, Reeve se convirtió en un estratega audaz. Participó en el rescate del brigadier Julio Sanguily, una hazaña donde 35 jinetes derrotaron a 120 soldados españoles, y ascendió rápidamente por su “valor temerario y dotes de mando”, como lo describió Máximo Gómez .
En 1873, una bala de cañón le destrozó la pierna derecha en Santa Cruz del Sur. Los médicos le advirtieron que nunca volvería a cabalgar, pero con una prótesis metálica y un arnés para sujetarse al caballo, regresó al combate. “Era un espectáculo sobrecogedor verlo avanzar, atado a la montura, como un centauro de acero”, relató el historiador Eusebio Leal Spengler .
El 4 de agosto de 1876, en Yaguaramas, Cienfuegos, Reeve cubría la retirada de sus hombres cuando fue alcanzado por múltiples balas. Derribado y rodeado, rechazó la ayuda de su ayudante Rosendo García:
¡Váyase, no se sacrifique por mí!. Con su revólver vacío y un machete en mano, usó la última bala para quitarse la vida antes de ser capturado. Tenía 26 años .
Hoy, el Contingente Henry Reeve, formado por valientes médicos cubanos que combaten pandemias en el mundo, lleva su nombre como símbolo de solidaridad.
En el lugar conocido como Cayo Inglés, entre Yaguaramas y Horquitas, se erige un monumento en su honor, mientras su historia inspira a quienes creen que “la Revolución no se lleva en los labios para vivir de ella, se lleva en el corazón para morir por ella”, como dijo nuestro Che Guevara.